La regulación del mercado por parte de la administración pública, a fin de que los ciudadanos puedan acceder a bienes y servicios de primera necesidad (la vivienda lo es) no es ninguna idea del socialismo utópico, ni del anarquismo, ni del chavismo bolivariano. Que el mercado liberal, en sí mismo, no tiene mecanismos de autocorrección, o no le basta, y necesita que los poderes públicos intervengan para estimular la economía a través de la demanda es la idea de Keynes en los años treinta, en respuesta en la Gran Depresión iniciada el 29. La aplicación de esta idea ha dado pie a lo que conocemos como socialdemocracia y sociedad del bienestar. No hace desaparecer (tampoco lo busca) las desigualdades inherentes al capitalismo, pero sí que promueve ascensores sociales y el acceso al bienestar de las clases trabajadoras y medias. No impugna el liberalismo, sino que lo corrige. El keynesianismo ha sido contestado por el neoliberalismo, conocido también como turbocapitalismo, del que hacen bandera personajes como Milei, Bolsonaro, Trump o Musk. Por algunas mentes pensantes de las derechas española y catalana, también. Son los que estos días se ponen las manos en la cabeza por las manifestaciones del sábado contra los precios del alquiler. La de Barcelona fue masiva, y dicen que estaba dirigida por la extrema izquierda.
Sin embargo, la idea de la corrección del mercado, y en concreto del mercado inmobiliario, es tan poco de extrema izquierda que está recogida incluso en la Constitución española, un texto poco sospechoso de comunismo aunque participara en Solé Tura. En el debate sobre la vivienda, sorprende que no se cite con más frecuencia el artículo 47, que dice esto: “Todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”.
Proteger el interés general e impedir la especulación: de eso iba la manifestación del sábado, e intentar descalificarla con estirabots, exageraciones y falsedades tal vez excitará a los campeones –aburridísimos, todo sea dicho– de la derecha libertaria, pero no lleva a ninguna parte. Tampoco ayuda, por cierto, querer hacer pasar el toro de la vivienda por la bestia gorda del control de la inmigración. Los debates pueden ser transversales, pero no vienen en paquetes.
Regular el mercado es positivo, también para el buen funcionamiento del propio mercado, y además esto está inventadísimo. El de la vivienda es un sector que se ha desregulado hasta la insensatez a consecuencia de la especulación, que a su vez es consecuencia de un modelo económico de fácil y rápido beneficio, basado en el turismo y la construcción. Su regulación debería hacerse pensando en la vivienda como un servicio público y una política social, exactamente igual que la sanidad o la educación. Y partiendo del principio de que el derecho de las personas a una vivienda digna es constitucional y es previo, y superior, al derecho a obtener una ganancia económica en un mercado inflado por la especulación.