Resiliencia digital

Calles de Barcelona totalmente a oscuras durante la noche del lunes debido al apagón general de electricidad en todo el estado
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Creo que la gran novedad del apagón de la semana pasada no fue su duración, sino su carácter digital, informativo, de datos, de nube, de logística. Todos experimentamos la dependencia de la tecnología. Nos quedamos desarmados, congelados, inoperantes. Pensemos solo en esto: las empresas cerraron y enviaron al personal a casa. Casi nadie podía desempeñar su trabajo.

Hace una década todavía podíamos comprar con efectivo, llamar por teléfono fijo, buscar direcciones en una guía de papel. Hoy dependemos de dispositivos interconectados incluso para abrir la puerta del parking, consultar un historial médico o enviar una factura. La desaparición del mundo analógico produce una ilusión de eficiencia. Todo está más optimizado. ¿Pero cómo es posible que todo deje de funcionar por una anécdota meteorológica? En economía se denomina efecto red invertido aquel sistema interconectado que depende de que todos sus nodos funcionen, pero cuya debilidad se amplifica si solo falla uno. La electricidad es uno de esos nodos (además del suministro eléctrico están, por ejemplo, la nube, el acceso remoto o la geolocalización). Cuando un nodo crítico falla, el resto se hunde. Es el precio de la eficiencia extrema: la optimización y la productividad aumentan la fragilidad del propio sistema. Así, tenemos sistemas muy potentes pero mucho más frágiles. Se llama la economía de la fragilidad: un sistema hiperoptimizado que funciona en equilibrio perfecto hasta que un nodo crítico se rompe. Esta supereficiencia esconde una gran exposición al error, al ciberataque o al error humano y técnico. Hemos avanzado más en rapidez y eficiencia que en seguridad y resiliencia. Hemos construido sistemas cuyos fallos se multiplican en cascada.

Combatir esta fragilidad no exige retroceder en innovación, sino un diseño que pueda seguir funcionando cuando un nodo crítico falla: redes híbridas (digitales y físicas), protocolos de emergencia no digitales, ciberseguridad proactiva y sobre todo preparación de la sociedad y las empresas. El siglo XXI no necesita más tecnología. Necesita más resiliencia digital.

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