Un niño de 8 años, dando clase a distancia en un confinamiento de enero
01/02/2022
3 min

Empieza a imponerse la idea de que vamos hacia el fin de las restricciones covid. Es un arma de doble filo: por un lado, sirve para avanzar hacia una cierta normalidad social y, por lo tanto, también para incentivar la recuperación económica, tan necesaria; por otro, en cambio, puede dar la sensación de que ya se ha superado la pandemia y que no hay que tomar medidas, cosa que todavía no es así. Los datos epidemiológicos han empezado a remitir, pero seguimos situados en niveles muy altos de contagio y bastante lejos de que se vacíen las UCI y los hospitales. Así pues, no podemos confundir deseos con realidad ni volver a correr más de lo necesario, como ya ha pasado en otras fases de esta larga crisis sanitaria que se ha cobrado demasiadas vidas. Es, pues, en este punto medio en el que se sitúan los anuncios del Govern de suspender próximamente las cuarentenas en las escuelas y de reabrir el ocio nocturno a partir del 11 de febrero. En el primer caso, es una petición tanto de pediatras como de familias; unos y otros también querrían que caducara la obligatoriedad del uso de la mascarilla para los niños en el patio y en las aulas, cosa que de momento no pasará. Parece prudente aplazarlo algo más y hacerlo coincidir con el momento en el que también deje de ser preceptiva en la calle para los adultos. Bien es verdad que, después de tantos meses, ahora no nos vendrá de unas semanas: podemos asumir un tiempo más la molestia. Porque el día que la mascarilla decaiga será una liberación psicológica fuerte que se podría confundir con un final de la pandemia. Por lo tanto, vale más no azuzar falsas euforias. Es verdad que hay países que han pisado el acelerador del fin de las restricciones. Dinamarca sería el caso más destacable, pero se trata de un país que ha hecho vaivenes muy radicales, y no siempre les han funcionado.

Y mientras el debate del fin de las restricciones coge impulso y nos da, por lo tanto, una inyección de esperanza, todavía resulta más positivo el buen ritmo que está cogiendo la vacuna de Hipra, que ya ha recibido la autorización para entrar en la tercera fase de ensayos. Y no solo esto: la farmacéutica gerundense asegura que su suero proporcionará más anticuerpos que el de Pfizer y que es efectivo para todas las variantes. Así pues, dos años después, ya se puede afirmar que la combinación de vacunas y restricciones es, sin duda, el método que al fin y al cabo habrá servido para vencer el coronavirus. Naturalmente, el aprendizaje ha sido duro y doloroso. Por el camino se han cometido muchos errores que han tenido consecuencias en la salud y en la vida colectivas. En todo caso, ahora que ya avanzamos hacia un fin escalonado de las restricciones, vale la pena abordarla con humildad y con necesarias dosis de autocrítica. Tendríamos que salir de esta sacudida con algunas lecciones aprendidas, empezando por la necesidad de dar prioridad a la investigación y a la tecnología como motores de progreso y bienestar. Y por la obligación de fortalecer el sistema de salud, y de tener especial cuidado de los jóvenes (de la importancia de su vida escolar y académica) y de las personas mayores (en especial en las residencias).

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