Como ellos también se veían a venir que habría un acuerdo entre socialistas, ERC y Comuns para investir presidente a Salvador Illa, el PP empezó a insistir, la noche misma de las elecciones catalanas, en una musiquita: el Proceso no se ha terminado. "El Proceso no está muerto", dijo textualmente Feijóo, y Cuca Gamarra añadió a continuación un subrayado sobrenatural y casi místico: "el Proceso se ha reencarnado en el PSC". Primero, no muerto; después reencarnado: con estos atributos críticos referidos al independentismo, no debe extrañarnos que Puigdemont cayera en la tentación mesiánica, en su regreso visto y no visto por no asistir al debate de investidura.
La musiquita de aquella noche de primavera se ha ido intensificando hasta convertirse en una verdadera canción del verano, tan insistente como la del anuncio del té frío Don Simón: en una declaración institucional del pasado día 5, después de que se conociera el preacuerdo de investidura suscrito por ERC y el PSC, la propia Cuca Gamarra hizo pública una declaración institucional en la que recurría a una analogía más modesta (los juegos de mesa) para afirmar que “el Proceso vuelve a la casilla de salida”. El Proceso, para la derecha ultranacionalista española, no es lineal, sino circular, como el eterno retorno nietzscheano.
El PP, y la derecha española en general, no renuncian fácilmente a un buen enemigo una vez lo han encontrado (y hay que remarcar que la conceptualización es "enemigo", y no "adversario", ni "rival"). Así fue con ETA, que algunas voces de la cúpula del partido siguen presentando como un actor político vivo, y así será con el Proceso: las amenazas a la unidad de España les salen enormemente rentables, como saben lo suficiente. Cuando, de vez en cuando, aparece Aznar a dar alertas o llamar a la movilización, lo hace siempre en defensa de la integridad nacional de España, su soberanía y, por supuesto, su democracia, de la que se erigen en garantes.
Que todo lo que decimos sea una película muy vista no la hace menos eficaz, y por eso es previsible que la acusación de criptoindependentista, o sencillamente de traidor vendido a los independentistas, será una de las más habituales que deberá afrontar Isla . Le pasará como a su predecesor Montilla, o cómo le sucedió a lo largo de su carrera a Miquel Iceta: el hecho de ser unionistas no les compensará, a ojos del nacionalismo español, de dos pecados capitales: ser socialistas, y por tanto herederos de los perdedores de la Guerra Civil, y aún peor, ser catalanes, y por tanto sospechosos de querer romper a España por muy constitucionalistas que se presenten.
De modo que, como suele decirse de la presidencia de la Generalitat, es bien plausible que, también en el caso de Isla, el cargo acabe condicionando a la persona. Meticuloso como demuestra ser, seguramente son variables que él y su entorno deben haber calculado. Sin embargo, tendrán el gobierno de España a favor, pero el resto de poderes del Estado les irán en contra frontalmente, porque identificarán una eventual caída de Isla con una caída de Sánchez.