Hacer el ridículo por gusto

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Las veinticuatro teles históricas que cubren 700 metros cuadrados del Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat.

Como dijo aquel famoso torero, tié que haber gente pa tó. Y en Catalunya tenemos, en un lugar muy destacado del catálogo, al señor Francesc Granell con sus inefables columnas en La Vanguardia. Granell i Trias es abogado, pero sobre todo economista con un brillante currículum internacional en este terreno. Aun así, y en lugar de ilustrarnos con análisis que serían sin duda agudos sobre la problemática económica internacional, sobre los cuellos de botella que sufre la distribución comercial a nivel planetario, sobre los fondos europeos Next Generation, sobre la inflación que nos asedia o los efectos económicos de la pandemia..., el señor Granell dedica sus artículos –que de hecho son siempre el mismo artículo, desde hace años– a glosar con todos los pretextos posibles el carácter pernicioso, nefasto, devastador y catastrófico del proceso independentista. Y lo hace, a menudo, adentrándose en ámbitos que no domina, sobre todo el de la historia, lo cual le ha llevado a precipitarse más de una vez por el abismo del ridículo. Sin escarmentar.

El pasado viernes lo volvió a hacer. En un texto titulado Borrando la historia, carga contra el proyecto, ya muy avanzado, de retirada de las veinticuatro telas históricas que cubren 700 metros cuadrados del Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat. Él mismo admite que la idea se remonta a la presidencia de Pasqual Maragall; pero, como no osa insinuar que este ya era independentista, aventura que fueron sus socios independentistas de entonces los que, “seguramente, lo presionaron para meterse en dicho charco”. Esto es rigor y documentación, ¡caray!

Pues mire, no. En 2005 Esquerra Republicana tenía, como pieza del gobierno Maragall, otros fuegos para apagar mucho más urgentes que las pinturas del Saló Sant Jordi. La iniciativa partió de Presidencia –puedo dar detalles precisos– y, finalmente, quedó aparcada debido a la inestabilidad creciente de aquel ejecutivo; aquello del Dragon Kan, no sé si el señor Granell lo recuerda.

Descartada, pues, la paternidad de los perversos independentistas, vamos al fondo de la cuestión. Según Granell i Trias, si el gobierno catalán quiere retirar las telas a lo largo de este 2022 es porque son consideradas “españolistas” y porque detrás de la decisión se esconde la artero propósito “de borrar que Catalunya tiene un pasado profundamente vinculado a la historia de España”.

Por favor, no me dé risa. Aquellas pinturas no son “la historia”, sino una apolillada caricatura historicista, con menos valor artístico que los cromos del chocolate que el señor Granell debe de tener presentes de cuando era niño. Aquellas “escenas de temática histórica de estilo académico” –así han sido piadosamente descritas no hace mucho– ya estaban pasadísimas de moda cuando se hicieron, son ejemplos tronados de aquello que en Francia llaman estilo pompier, convencional y ridículamente enfático; y, encima, han sido pésimamente conservadas.

Dicho esto, son importantes también la carga ideológica y el contexto histórico-político en el que se encargaron y realizaron las telas. Que esto pasara bajo la dictadura del general Primo de Rivera –un régimen obsesivamente anticatalanista que prohibió incluso la senyera– no es en absoluto casual ni irrelevante. Y no hay que ser un “historiador independentista” de esos que tanto quitan el sueño a Granell i Trias (a él, el “economista españolista” con tendencia a meter la pata) para ver que aquella decoración pictórica del Saló Sant Jordi formaba parte, igual que el monumento en general Álvarez de Castro en los sótanos del castillo de Sant Ferran de Figueres, por ejemplo, de un discurso destinado a enfatizar la españolidad de Catalunya y el carácter rigurosamente unitario del estado. Los vínculos históricos entre Catalunya y España son otra cosa, y no los niega nadie con un par de neuronas activas.

Francesc Granell pide, pues, que se preserven las pinturas “que encargó –escribe, como si fuera lo más natural del mundo– el entonces presidente de la Diputación, Josep Maria Milà, conde de Montseny”. Es curioso, sin embargo, que no se pregunte qué mandato, qué legitimación democrática tenía Milà i Camps para hacer tal encargo. Yo se lo diré: ninguna. El conde de Montseny era un okupa en el histórico Palau de la Generalitat, un presidente a quien no había votado nadie y que dirigía la corporación provincial por designación graciosa y arbitraria de los generales Miguel Primo de Rivera, Emilio Barrera y compañía; en fin, de aquello que los historiadores –independentistas o no– denominamos el partido militar que inspiró la política (anti)catalana de aquel régimen.

Por lo tanto, no hay en este asunto ningún valor artístico-patrimonial que preservar ni ninguna legitimidad histórica que respetar; solo un trasto dictatorial a retirar, igual que si se tratara de un encargo de Mussolini. Ahora, si al señor Granell esto le entristece tanto, tengo la solución. La Generalitat ha hecho una minuciosa copia digital del salón con las horribles pinturas. Pues bien, propongo que se haga una copia de la copia y se le regale a Granell i Trias. Como no se trata de perjudicar el erario público, me ofrezco para iniciar un verkami con tan noble finalidad.

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