Las rociaduras de agua a turistas en Barcelona me han avergonzado. La inmensa mayoría de turistas que nos visitan se comportan y a nosotros nos corresponde tratarlos como queremos que nos traten a nosotros cuando viajamos. Y viajamos mucho. El incidente ha tenido eco mediático en el mundo. Hay que decir y agradecer que los tratamientos que he visto o leído no han hurgado en la herida. Las tensiones derivadas del turismo no son un problema solo nuestro y las ocurrencias de Barcelona han sido recogidas como síntoma de un problema generalizado.
Sobre el tema:
1. Es necesario insistir en las micromedidas para mitigar el impacto del turismo en la vida diaria de la ciudad. Si a los turistas les gustan los mercados, distribuyámoslos y dejemos días sin turismo en todos o algunos mercados, etc.
2. Informemos bien a la ciudadanía sobre la vertiente positiva del turismo y por qué no podríamos permitirnos que se derrumbe. Si desapareciera rápidamente, como ocurrió con la pandemia, se contraería la actividad económica de la ciudad y eso afectaría a mucha gente, incluidos partidarios del tourists go home. Más estructuralmente, hay aspectos clave de nuestra vida económica y cultural que ahora dependen mucho del turismo y que no es fácil ver cómo iban a salir adelante. Ejemplos: la conectividad aérea, el parque hotelero que hace posible grandes congresos fuera de temporada, una actividad cultural –en música y arte– y deportiva muy vital que también beneficia a los residentes de Barcelona, etc.
3. Los anteriores aspectos no cuestionan el volumen de turistas. Pero es probable que, por mucho que mitiguemos y por mucho que valoremos los efectos colaterales positivos del turismo, lleguemos a la conclusión de que su volumen es ahora, o será pronto, excesivo. No sé cuándo, pero sería bueno que tuviéramos un objetivo numérico y que hiciéramos todo lo necesario para no superarlo. En términos de principios económicos, la forma de conseguirlo es hacer que acceder a Barcelona sea caro para los no residentes. O más refinado: que sea caro para los no residentes que no nos aportan mucho o nada. Y mejor si esto hace que gobiernos y residentes ingresen. La tasa turística va en esa dirección y pienso que podría usarse de manera más decidida (y menos finalista). No hace falta aumentarla en céntimos, sino en euros, y diferenciemos también por tipos de visitante. Por cierto: Europa debe entender que debería permitirse que residentes y no residentes, aunque sean europeos, se enfrenten a tarifas diferenciadas de algunos servicios públicos. Al fin y al cabo, son los contribuyentes locales quienes han hecho disponible el servicio. Como en Europa, las universidades públicas de EE.UU. –un espacio económico que desde Europa consideramos plenamente integrado– son de los estados y tienen matrículas diferenciadas para alumnos locales y de fuera del estado.
4. Uno de los problemas de fondo más graves a los que se enfrenta Catalunya es el de la vivienda. Dado que los pisos turísticos –restan oferta potencial de alquiler– son un factor de encarecimiento del alquiler, la vivienda incide decisivamente en el sentimiento hacia el turismo. Sin embargo, es un factor comparativamente marginal. Los fundamentales son el aumento demográfico y un marco normativo que no incentiva a la oferta. Atacar esto es lo que toca. Podemos ir poniendo parches, pero si no lo convertimos en una máxima prioridad política el problema se agravará. Creo que la presión demográfica no va a bajar. Pero tengamos presente que la sensación de ahogo urbano responde a una realidad propia de Barcelona y su área metropolitana. De hecho, Catalunya es menos densa que el País Vasco. Y esto debe hacernos ver que una parte integral de la política de creación de vivienda es disponer de una red de Cercanías que interconecte con eficacia y rapidez la Barcelona de los 5 millones: este es el espacio natural para desplegar la política de vivienda.
En cuanto a las normas: hay que crear suelo edificable y edificar más en este suelo. El valor público creado debería añadirse a un gran programa de constitución de un parque de vivienda pública asequible. Todo esto está muy claro, las autoridades públicas son muy conscientes de ello y ya han puesto manos a la obra. Y también lo pide la opinión pública. Sobre todo la de potenciales inquilinos. También deberían estar los propietarios. El mantenimiento del valor de sus viviendas no vendrá a la larga de limitar la oferta porque esto acabará causando estancamiento económico. Es mucho más probable que venga del progreso económico, y este exige disponibilidad de vivienda de todo tipo: de mercado, público regulado, adaptado para visitantes de corta o larga estancia, etc.