Hace tiempo que sabemos identificar la violencia directa, la violencia física y las violencias sexuales. Ahora también somos capaces de identificar el acoso sexual en el ámbito laboral y la violencia psicológica, la más difícil de reconocer por quien la sufre y todavía más difícil de probar ante la policía y los juzgados. Una violencia que mina la autoestima y que nos convierte en mujeres sumisas, inseguras y anuladas. Si somos capaces de identificar estas violencias, ha sido gracias a mujeres que han roto el silencio y han expuesto su cuerpo a la opinión pública. Hablo de Ana Orantes, hablo de la chica violada por un grupo de hombres en Pamplona, hablo de Nevenka Fernández y hablo de Rocío Carrasco. Sí, de la que hasta ahora conocíamos como Rociíto y que ahora ya es Rocío Carrasco. La hemos dejado de infantilizar y la hemos convertido en una mujer con nombre y apellidos. Pero, ¿hemos sido nosotros? No. Nosotros solo hemos recogido el fruto de su valentía, de su proceso de reconstrucción. De una mujer a quien su entorno no creyó ni ayudó. Quizás no lo sabían, quizás no se atrevían, quizás dudaban. De ella y de tantas mujeres sometidas a un maltratador. Y ahora, incluso desde el feminismo, se la cuestiona. ¿Quizás porque no es una de las nuestras?
La violencia psicológica se ha colado en espacios y horarios de máxima audiencia, ha llegado a un público al cual el feminismo mainstream no ha llegado nunca. Es cierto que a todas nos habría gustado ver estas denuncias en un espacio en el que la mayoría de tertulianas y tertulianos conocieran el círculo de las violencias machistas y aportaran una mirada feminista. Pero esto no ha sido así y, quizás por eso, todos y todas hemos empezado a entender cómo se manifiesta la violencia psicológica, cómo anula la voluntad, la razón y la vida de las mujeres. Y, justamente, por el hecho de emitirse en un cadena privada que hace de la vida espectáculo, el mensaje ha llegado a un segmento de población al cual nunca, nunca, se habría llegado desde el discurso académico ni desde los espacios de referencia feminista. Por lo tanto, a pesar del espectáculo que no nos gusta a ninguno de nosotros, tenemos que poner los pies en la tierra, tenemos que abandonar las poltronas, limpiar nuestra mirada clasista y revisar nuestros egos y soberbias. Tenemos que admitir que Rocío Carrasco, a quien no consideramos una de las nuestras, y una televisión que es para las otras han conseguido lo que nosotros no hemos podido hacer: visibilizar para el gran público la violencia psicológica que bell hooks denomina terrorismo porque es una forma de coacción socialmente aceptable. Quizás a partir de ahora lo dejará de ser.
Se puede criticar el formato y la cadena pero tenemos que dejar nuestro lugar de privilegio y reconocer que el espectáculo nos ha abierto las puertas a una realidad que hasta ahora los medios no habían sido capaces de mostrar con la contundencia de la docuserie Rocío Carrasco: contar la verdad para seguir viva. Quedarse solo con el formato, que insisto, no nos gusta, es elevar la anécdota al todo. Es la miopía que solo te permite ver la realidad a un palmo de la nariz. ¿Telecinco ha hecho negocio? Sí. ¿Ha querido lavarse la cara? Sí. ¿Es todo hipocresía? Quizás. ¿Y qué? De hecho, la cadena ha sido fiel a su trayectoria. Hacer negocio del dolor y de las intimidades. Pero, esta vez, bienvenida sea.
Gracias al espectáculo, muchas mujeres han identificado la violencia que viven y han empezado a pensar que no están locas. Y esto es un paso de gigante para su recuperación. Mujeres a quien el discurso feminista les llega como un ruido que no pueden descifrar. Lo tenemos que aplaudir, venga de donde venga, y sobre todo si viene de una mujer que no es de las nuestras. ¿O no es esto lo que nos ha enseñando el feminismo? A todas aquellas y aquellos que llevan días criticando a Carrasco porque dicen que de la violencia machista no se puede hacer espectáculo, o porque ha tardado en denunciarlo o porque es famosa, solo les diría que revisen los datos. En solo una semana, se han incrementado un 42% las llamadas al 016, teléfono estatal de atención a las víctimas de violencia de género, más de un 100% las consultas por email y un 61% las llamadas al 900 900 120, la línea de atención contra la violencia machista de la Generalitat.
Las cifras nos demuestran que nadie puede erigirse en el discurso ético. Quizás sería ético lo que dice Dolores Juliano: que aquellas que disfrutan del privilegio de tener los discursos legitimados apoyaran a las que no los tienen. Desacreditar a Rocío Carrasco porque ha cobrado vuelve a ser una mirada miope y nos devuelve a la anécdota. Ella ha vivido de hacer pública su vida, así que es coherente. Quizás más coherente que algunas y algunos que la critican. Como decía Julián Contreras, hijo de Carmina Ordóñez, también maltratada por su pareja, el dinero cobrado puede considerarse una indemnización por todo el daño que hasta ahora le han causado los medios de comunicación y un feminismo que continúa no considerándola una de las nuestras.
Nos guste o no, a pesar de la perversión del espectáculo, Telecinco ha cumplido con la ley y ha contribuido a prevenir y sensibilizar contra la violencia de género. Por lo tanto, con todas mis reticencias, bienvenido sea el espectáculo. Hace muchos días que la violencia psicológica acapara portadas e informativos y es el centro de los programas en prime time. Las cifras nos confirman lo que las feministas decimos desde hace mucho tiempo, la capacidad que tienen los medios de comunicación para luchar contra las violencias machistas. Quizás ahora, llamadme optimista, habrá un antes y un después que cambiará la mirada de muchos medios. Quizás ahora se entenderá lo que el feminismo defiende, que no hay perfil de mujer maltratada ni de hombre maltratador. Quizás ahora entenderemos la violencia psicológica. Quizás ahora la justicia será algo menos patriarcal. Habrá ganado el feminismo, habrán ganado los medios y habrá ganado la sociedad.
Isabel Muntané es periodista