A veces hay productos televisivos que hacen historia y que representan un punto de inflexión por lo que provocan en el imaginario colectivo. Este parece que es el caso del documental de Rocío Carrasco, que, a través de la fuerza de su testimonio y la proyección que ha tenido, ha abierto una clara oportunidad para llegar a gran parte de la ciudadanía. El relato que ha hecho de la violencia sufrida ha creado espejos donde muchas mujeres se han podido ver reflejadas e identificar lo que han vivido. A la vez, el programa y la cadena desde el que se lanzaba, conocidos por su machismo y misoginia, cuenta con una gran audiencia que ha permitido llegar a lugares a los que de otro modo habría sido imposible acceder.
Todo ello, una gran paradoja que ha explotado en la cara de la sociedad española y que de nuevo ha puesto en el centro del debate social las violencias machistas y ha polarizado las opiniones. En 24 horas se pasó del trending topic #Rocioyositecreo al ##Rocioyonotecreo, inyectando el veneno de los mitos que han mantenido el patriarcado, como las denuncias falsas, el tiempo que se tarda en denunciar o la cantidad de dinero que había cobrado, como si esto fuera prueba de credibilidad. Absurdidades en mayúsculas que abonan debates estériles, que lo único que perpetúan es el cuestionamiento social de las mujeres que rompen el silencio, sometiéndolas a un juicio paralelo o directamente al escarnio público. Estrategias anacrónicas del patriarcado que en formato 2.0 intentan silenciar de nuevo la gran oleada que ha supuesto aquel testigo. Porque no podemos olvidar que el hecho de que Rocío haya encontrado un gran apoyo en la opinión pública no ha sido casual, sino que es la evidencia de cómo desde los feminismos se ha hecho y se está haciendo un gran trabajo.
Y es que su relato ha puesto sobre la mesa social temas tan complejos como la violencia psicológica; la más invisible, la más común y a la vez la que más cuesta reconocer. Por no hablar de las incapacidades del sistema judicial para darle respuesta. El sobreseimiento como resolución más habitual ante estos casos pone de manifiesto una clara incapacidad del sistema para resolver estas causas.
Porque esto va de violencia sutil, perversa y que no deja huellas fácilmente visibles, una violencia que emerge poco a poco acompasada con un crescendo sostenido en que, mientras las mujeres intentan sobrevivir, el agresor va conquistando más terreno, y como una telaraña emocional te va envolviendo hasta que acabas viendo el mundo con sus ojos. Te asfixia psicológicamente hasta tal punto que, como me decía una superviviente de violencia, “ya no sabes ni quién eres”. Y de esto nos habla Rocío, de una violencia a menudo imperceptible para los ojos externos, en la que te sientes atrapada porque el agresor sabe combinar pequeñas lunas de miel con experiencias muy dolorosas, y así tergiversa la situación y te enmudece con la culpa.
Y si por fin, después de un periplo que solo tú sabes lo que ha supuesto, has podido acabar con aquella pesadilla, quizás entonces empieza el terror. El violento utiliza a los niños para seguir saboteando la vida de su ex pareja, para evidenciar quién tiene el poder. De hecho, en el caso de Rocío Carrasco se han podido desmontar conceptos como el síndrome de alienación parental (SAP), una aberración e invención misógina que sin ninguna base científica ha alimentado el mito de la “mala madre” desde disciplinas como la psicología.
Cualquier canal es imprescindible en la lucha contra la pandemia del machismo. De hecho, en Catalunya aquella primera semana se registró un aumento del 61% de contactos a las líneas telefónicas de atención contra la violencia machista.
Las mujeres han dado el paso, están rompiendo el silencio, y ahora el reto social es ingente porque hay que dar respuesta a sus necesidades, ofreciéndoles alternativas a medio y largo plazo ante una crisis social y económica en la que sabemos que de nuevo las principales afectadas serán las mujeres.
Alba Alfageme es psicóloga especializada en victimología.