Los catalanes y el Minotauro
La aversión al poder tiene tanto instintivo y saludable como infantil y naïf. Queremos ser individuos libres y, sin embargo, sabemos que alguien debe llevar la batuta. Alguien debe liderar. De alguna manera debemos organizarnos colectivamente. Lo ideal es que delegamos la capacidad de mando en los más preparados, ¿verdad? Pero ahora nos hemos instalado en la crítica populista en las élites intelectuales y académicas: los expertos están bajo sospecha. ¿Cómo puede ser? También domina el mantra del rechazo genérico a los políticos, a todos. ¿Todos son iguales? Es otra vía de negación del poder. Entonces, ¿cómo nos lo hacemos? Tras la crisis de la democracia existen estas fenomenales confusiones que se alimentan de un poso endémico de espontaneidad libertaria –en Cataluña tenemos experiencias históricas–, una tendencia atizada hoy por fuerzas antisistema reaccionarias. El rechazo primario al poder, siempre latente, fruto de un sano escepticismo, paradójicamente nos está llevando de cabeza a nuevas formas de gobierno personalistas y autoritarias. El fenómeno es global. El Minotauro siempre flota.
Los catalanes hace siglos que tenemos una relación conflictiva con el poder. Queremos y dolemos. Es conocida la visión del historiador Jaume Vicens Vives: "El bajón de Cataluña empezó precisamente cuando el Minotauro empujaba hacia arriba, revistiendo la forma de monarquías autoritarias o plurinacionales". Subraya que entonces quedamos atrapados en el bello pactismo medieval como medida de equilibrio político. "Y de ahí proviene, al parecer, una decepción histórica sensacional: la de un pueblo que se encuentra sin voluntad de poder". Un pueblo que, a su vez, se salva por su "voluntad de ser", por su sentimiento de continuidad y arraigo. Y un pueblo que, a caballo del "dualismo entre medida y sensualidad", ha practicado de forma recurrente el recurso a la revuelta o la revolución, con un siglo XIX y un siglo XX especialmente dramáticos. El XXI hemos empezado con el Proceso fallido. El poder nos genera atracción y repulsión. Y así estamos, en un eterno recomenzar.
Es impactante. El Vicens Vives de Noticia de Cataluña (1954) parece que nos hable desde el presente más rabioso. (La obra se ha reeditado como título inaugural de la colección Clásicos catalanes del pensamiento político, impulsada por la propia Generalitat a través del Instituto de Estudios del Autogobierno y el Institut Ramon Llull; también ha salido en edición inglesa). Vicens Vives dice así: "Todas las fuerzas de renovación que hemos acumulado a lo largo de los siglos, a veces como soluciones primordiales del enderezamiento nuestro y de España, las hemos consumidas con el llamear de la impaciencia, con el alocado del arrebato, con el cegamiento del todo o nada, con la intemperancia del ser;" Tal como hace notar Josep M. Muñoz en el prólogo de la nueva edición del libro, si como historiador Vicens Vives había remarcado que el pactismo nos fue perjudicial, como ensayista se le hizo suyo, lo hizo nuestro.
¿Podemos ser, pues, de otra forma? ¿Queremos ser de otra forma? Los tres cuartos de siglo transcurridos desde que escribió su capital ensayo han visto el renacimiento de un poder autónomo con sabor agridulce. De nuevo, cuando hemos querido llevar el autogobierno más allá, hemos estado a punto de perderlo. De nuevo lo menospreciamos. ¿Lograremos nunca la síntesis sensata entre "voluntad de ser" y ejercicio del poder? Los actuales no son, precisamente, tiempos muy proclives a la medida. La polarización señorea por todas partes.
Y, sin embargo, al menos en un terreno históricamente hostil, el financiero, en medio de una batalla fenomenal acabamos de vivir un éxito. Banco Sabadell ha resistido la opa del BBVA. Sí: esta vez el poder se queda en casa. Vicens Vives, el hombre que en 1958 impulsó la creación del Círculo de Economía y pronunció una mítica conferencia inaugural sobre los capitanes de industria, estaría satisfecho.