Sacudir al país, retomar el diálogo

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Pere Aragonès durante el acto de toma de posesión del cargo de presidente de la Generalitat.

1. Alivio. Aragonès es un hombre ordenado. Lo he oído decir ya varias veces, a menudo acompañado de un complemento: pero tendrá que saber desplegar una cierta autoridad. A pesar de que los consellers provienen de las mismas organizaciones, la percepción de entrada es de un Govern sustancialmente diferente. ¿Espejismo o realidad? Estamos tan acostumbrados al hecho de que la política catalana se mueva siempre en la esquizofrenia que deriva de la gran distancia entre estos dos planos, que se hacen difíciles las apreciaciones, incluso cuando se trata de una cuestión de imagen. Ciertamente, el Govern anterior estaba tan quemado que cualquier otra cosa parece nueva. Ha habido además un salto generacional fácil de apreciar en la galería de retratos, con abundante presencia de caras poco conocidas. La inacabable negociación por la investidura ha generado un clima de desconcierto y frustración tan grande que el solo hecho de tener Govern ya ha supuesto un cierto alivio. Y esto que todavía no han emergido a la superficie los efectos de tres meses de un esforzado ejercicio de desgaste. Queda por aclarar, por ejemplo, el estado de las relaciones de fuerzas entre los diversos círculos que se entrelazan en el espacio de JxCat. 

Un Govern, ¿para hacer qué? “Levantar de nuevo la cabeza”, “sacudir el país”, ha dicho el presidente Aragonès levantando acta del estancamiento al cual ha conducido la resaca de octubre de 2017. Y ha situado el plano de actuación sobre dos vías: el buen gobierno, la gestión eficiente para recuperar terreno perdido, y la amnistía y la autodeterminación. Todo gobierno necesita un discurso que le dé alma, pero es la práctica la que lo legitima. La articulación entre las palabras y las cosas es la clave del éxito. Todo el mundo sabe que amnistía y autodeterminación, en el supuesto de que sean posibles, no llegan en una legislatura (y todavía menos en dos años, que sería el límite que los socios habrían puesto a Esquerra). No continuemos en la tentación de mantener la fantasía para disimular los fracasos. “Para cualquier proyecto colectivo hay que tener la casa ordenada”, en frase del presidente Pujol. 

2. Hablar. En octubre de 2017 no se logró la independencia pero quedó claro que es un objetivo para muchos catalanes. En este sentido nunca se había llegado tan lejos. Las instituciones españolas demostraron capacidad para abortar el intento, pero con un desgaste considerable, una peligrosa ruptura del equilibrio de poderes en favor del judicial y un salto en la dinámica de confrontación política, con una derecha dispuesta a utilizar la cuestión catalana como causa patriótica de su radicalización.

El gobierno español parece, por fin, decidido a hacer efectiva la promesa del indulto, que es el mínimo para entrar en una vía de diálogo, por lo tanto de reconocimiento mutuo entre los interlocutores, y la derecha ya anuncia que la dinamitará por vía judicial y por la vía que haga falta. Así es difícil que se pueda salir del callejón sin salida actual y entrar en una nueva etapa que permita adelantos significativos hacia una nueva relación entre Catalunya y España. Que es exactamente lo que no quiere –y en esto coincide con la derecha española- el sector del independentismo que cree que todavía harán falta algunas víctimas para conseguir la recompensa suprema. ¿De verdad que con la relación de fuerzas actual se puede creer que Catalunya tiene capacidad de desestabilizar a España hasta tumbarla en cuatro años?

Que la gran promesa no impida una política efectiva de relanzamiento para sacar a Catalunya del paréntesis en el que está atrapada. Y más después de la añadidura de la crisis pandémica. Se tiene que abrir un diálogo con el gobierno español. Las dos partes tienen que apostar. Y ni el uno ni el otro pueden ir al todo o nada. Aquí, Aragonès no tiene que tener miedo de priorizar las urgencias de reconstrucción del país, con el orgullo de querer ser modelo y no copia, y de incorporar más aliados al intento; y Sánchez no se tiene que esconder detrás las amenazas de la derecha y tiene que crear alianzas para que el espíritu de revancha no lo arrastre todo. Nos guste o no, Catalunya, para avanzar, no puede ningunear los marcos en los que está inscrita: España y Europa.

Josep Ramoneda es filósofo

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