Si no lo hicieron, les recomiendo que lean el artículo que Ignasi Aragay dedicó a la política Alice Weidel, líder del partido ultraderechista Alternativa para Alemania. El texto ilustra a la perfección los tiempos confusos que vivimos a través del retrato de un personaje muy difícil de meter en el esquema habitual derecha/izquierda. Weidel es lesbiana, y su pareja es una mujer de Sri Lanka cuyo aspecto físico a la racista Alemania de la década de 1930 le habría impedido ser una ciudadana de pleno derecho. Tienen dos hijos. Las opiniones favorables a los judíos de Weidel tampoco habrían sido muy populares en esa época. Sin embargo, cabe decir que la cuestión de la homosexualidad, que Weidel utiliza como parapeto contra sus críticos, tiene aquí un recorrido más complejo. Ernst Röhm (1887-1934) es un personaje hoy casi olvidado, a pesar de que en su momento contribuyó al ascenso del nacionalsocialismo de una manera directa, nada menos que como ningún supremo de las SA (las tropas de asalto paramilitares de los nazis). Röhm era abiertamente homosexual y algunos de los dirigentes de esta organización, reclutados y promocionados por sí mismo, también. No defendía la legalización de la homosexualidad en nombre de la igualdad de derechos entre las personas, ni nada por el estilo, sino que esgrimía un discurso basado sobre todo en versiones –digamos– Reader's Digest de Nietzsche ("superar la vieja moral judeocristiana", etc.). Estas ideas entraron en declive después de la guerra, pero fueron recuperadas en la década de 1970 por medio de otra fraseología. Sea como fuere, Hitler acabó ordenando el asesinato de Röhm en 1934, el desmantelamiento de las SA y la persecución de los hombres homosexuales, muchos de los cuales terminaron internados en campos de concentración.
Si recupero el nombre de Ernst Röhm no es por casualidad. La citada Alice Weidel declaró que "Hitler era comunista". Si por comunista entendemos marxista-leninista la afirmación constituye un despropósito de dimensiones catedralicias, obviamente. Hitler no sólo no era marxista-leninista sino que persiguió a los comunistas alemanes y asesinó a todos los que pudo. Los colaboracionistas franceses de la Milice o los españoles de la División Azul le apoyaron porque era un antimarxista furibundo. Si por comunista entendemos, en cambio, una actitud radicalmente contraria a los valores liberales ("Ein Volk, ein Reich, ein Führer"; "un pueblo, un imperio, un guía", en ese preciso orden) entonces la cosa cambia. A veces parece que nos cuesta leer ambos elementos, dos, del concepto nacionalsocialismo. El lema más antiliberal de la historia es justamente la frase de Mussolini que dio lugar al término "totalitarismo": "Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nula contro el StatoMás antiliberal, imposible, Weidel juega maliciosamente con esta ambigüedad y también –da mal decir– con la ignorancia ambiental, que no afecta sólo los alemanes extremistas sino a cualquiera que crea que puede informarse con la escoria comunicativa de Elon Musk (¿aún hay gente que lo utiliza?) o similares. Obviamente, Hitler no era comunista; pero si lo descontextualizamos todo y lo sacudemos bien sacudido, entonces todo es posible (por eso el juguete de Musk resulta tan útil).
La chanfaina ideológica de Alice Weidel contiene otro componente que conviene subrayar. La principal zona de implantación de su partido es la antigua República Democrática Alemana (RDA). Aquel pseudopaís creado por orden del camarada Stalin en 1949, y que sobrevivió hasta 1990, era una enorme cárcel que pasó directamente del totalitarismo nazi al soviético, con una horrible guerra en medio. Aunque en la Alemania reunificada es un tema tabú, esta gente es percibida por algunos alemanes del oeste, de donde proviene la propia Weidel, como una comunidad marcada por un pasado infame que vive en los bloques de pisos pequeños y feos que construyeron las autoridades comunistas y que todavía ahora, en 2025, añoran la mano dura. Mucha gente del oeste opina que están más cerca de los húngaros de Orbán o de los polacos de Tusk que del país que representa a Scholz, y por eso les miran con un rictus de condescendencia que ni siquiera la popularísima Merkel, que creció en la RDA, pudo neutralizar. La chanfaina de Alice Weidel puede parecer indigesta, incluso tóxica, para un europeo común. Para el público específico al que se dirige, en cambio, constituye una propuesta atractiva y estimulante, y esto no es una buena noticia para Europa.