Lo más importante de la primera sesión del debate de investidura que ha intentado Feijóo es lo que no se vio ni oyó. Sánchez no quiso correr riesgos de desgaste y no salió a escena, y seguimos, por tanto, sin tener nuevos datos sobre sus proyectos para obtener el apoyo mayoritario del Congreso. A Feijóo le sirvió para ajustar cuentas con todos y para ir cogiendo práctica en la tribuna del Congreso. Le será útil para su nueva etapa como diputado, una vez obtenido el escaño, por la labor que tendrá que llevar a cabo como líder de la oposición en la nueva legislatura, salvo que haya nuevas elecciones y las gane, una hipótesis que ahora no parece muy verosímil. "Prefiero retrasar mi victoria", dijo para excluir cesiones a los independentistas.
En todo caso, el contenido de la supuesta ley de amnistía sigue siendo una incógnita, pese a las veces que el candidato aludió a la cuestión. La esperanza del líder popular es que sus vaticinios se confirmen, que dentro de unos meses, si el nuevo gobierno de Sánchez naufraga, pueda decir que él ya advirtió de que con Sumar y los independentistas ni PSOE ni España podían ir muy lejos, y tratar de presentarse como el salvador de la situación. Para Feijóo la oportunidad habrá servido para entrenarse y tratar de conseguir más tiempo para seguir al frente de su partido, en busca de una nueva oportunidad de ganar unas elecciones.
Es evidente que la primera sesión del debate se recordará como una experiencia parlamentaria tan innovadora como insólita, por sus peculiaridades. En algunos momentos resultó incluso algo surrealista. Lo digo porque la batalla dialéctica se planteó con papeles cambiados. El candidato pareció en muchas fases el líder de la oposición, lo que de hecho es y seguirá siendo después de estas dos jornadas. Y quien debería haber asumido las réplicas al candidato, el presidente en funciones, Pedro Sánchez, en su condición de líder socialista, permaneció callado. En su lugar envió al diputado Óscar Puente –exalcalde de Valladolid– a pelearse con Feijóo como si fuera un saco de esos que sirven para entrenar a los boxeadores.
En la réplica a Puente y otros portavoces de las fuerzas que apoyan al actual gobierno en funciones, Feijóo demostró cierto dominio de la ironía. Sumar y el propio Puente recibieron por todas partes. En el primer caso, porque repartir el tiempo entre tres portavoces, como hizo la organización de Yolanda Díaz, es una desventaja, porque difumina los mensajes. La designación del exalcalde de Valladolid, en cambio, obedecía al deseo de devaluar a Feijóo como candidato. Como respuesta, el líder del PP intentó provocar a Sánchez, pero no logró que el presidente del gobierno en funciones apartara la mirada del teléfono móvil.
La amnistía, como era previsible, estuvo en el centro del debate, pero no para favorecerlo, sino para trabarlo, demostrando una vez más que no se trata de una discusión técnico-jurídica sino de una decisión política, que no toma sencillamente quien puede, sino sobre todo quien quiere. Pero el debate estaba trabado en ese punto, porque el significado de la palabra es opuesto para unos y otros. Para Rufián (ERC) y Nogueras (Juntos), no se trata de una ilegalidad, sino de una solución transitoria, porque esta no es la estación final. En cambio, para Feijóo la democracia española está en un momento crítico porque será con una vulneración de la Constitución como Sánchez podrá eventualmente seguir en la presidencia del gobierno, cuando hace cuatro días decía que la amnistía era una transgresión. Discursos que son líneas paralelas que no se encuentran ni en el infinito.
Creo que hay que poner la atención, en todo caso, en la larga parte del discurso de Feijóo en réplica conjunta a Rufián y Nogueras sobre la situación económica y social de Catalunya. No lo digo por la autoridad de los datos que proporcionó, porque algunos eran muy discutibles, si no incorrectos. Creo que hay que tomar nota de este discurso por lo que tenía de voluntad de conectar con una parte importante de la sociedad catalana que se ha expresado en las últimas elecciones del 23-J. Cuando Feijóo habló de la antigua CiU y de personas concretas, como Roca y Molins, no estaba haciendo un ejercicio de nostalgia, sino un intento de mencionar referencias de pasado para proponer una forma distinta de preparar el futuro. Ahora hay poco que hablar, porque las distancias políticas son estratosféricas, pero quién sabe qué va a pasar más adelante. Todo depende casi siempre, por supuesto, de los resultados electorales.