Senegal: un país explotado del que todos quieren irse

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Reparación de una embarcación al puerto de Saint Louis, en Senegal

El buen periodismo es aquel que va al fondo de la cuestión e intenta explicar las causas de fenómenos complejos como sin duda es el de la inmigración africana hacia Europa. Es por eso que el ARA ha enviado dos periodistas a Senegal, Francesc Milllan y Pere Tordera, para conocer de cerca los motivos que llevan a miles de personas a jugarse la vida cruzando el océano para llegar a las Canarias, la puerta de su soñada Europa. La primera conclusión es que la pandemia ha agravado la situación económica de los países de la región y ha hecho aumentar exponencialmente las ganas de abandonar el país de las generaciones más jóvenes: "Barça ou barsax", es decir, Barcelona o muerte, es su grito de supervivencia.

El año 2020 las llegadas se multiplicaron y pasaron de 1.400 a 23.000 personas, cosa que provocó la saturación de los centros de acogida y la polémica sobre el trato a los migrantes. Muchos de ellos, sin embargo, nunca tendrán la suerte ni siquiera de pasar por uno de estos centros y morirán en el mar. El testimonio de los supervivientes, que explican cómo la gente se muere de sed y se ven obligados a tirar los cuerpos al mar, es aterrador. Así como lo es el drama de los padres, que se despiertan cada mañana con el miedo de que alguno de sus hijos haya abandonado el hogar para lanzarse al mar de madrugada. La clave es que no ven futuro en su país.

Resultan especialmente clarificadores los casos de los pescadores, que han visto cómo sus capturas se reducían de manera alarmante porque el gobierno del país ha vendido masivamente derechos de pesca a las potencias europeas y asiáticas. Grandes barcos de China, pero también de Francia, Portugal y España, están explotando las costas africanas y condenando a la pobreza sus habitantes. Donde antes había pesca abundante y de calidad, ahora ya solo hay pescado con poco valor, como la sardina u otros. El atún, el bacalao, el mero y la barracuda se los quedan los barcos extranjeros. Y lo mismo está pasando con la agricultura. Empresas europeas han copado los campos de cultivo para producir, por ejemplo, sandías a gran escala y están acabando con la agricultura tradicional. Las empresas de la antigua metrópoli, Francia, controlan las infraestructuras y otros sectores.

La percepción de los jóvenes senegaleses es que el país no les pertenece, y que el único camino que les queda para intentar tener una vida mejor es dar el salto a Europa, de donde les llega la falsa imagen que les será fácil poder ayudar a las familias que dejan atrás. Y el riesgo de una muerte traumática en medio del mar no les asusta. La esperanza, como tantas otras veces en la historia de la humanidad, vence al miedo.

Los reportajes tendrían que hacer reflexionar sobre qué tipo de relación queremos tener con África. Lo que no podemos esperar es que las empresas europeas se lleven todos los beneficios y que después la gente no quiera irse. Como dice uno de los testimonios: "Quieren nuestro pescado, pero no nos quieren a nosotros". Y lo único claro es que mientras Senegal no ofrezca un futuro a sus ciudadanos, estos se continuarán jugando la vida para venir hacia aquí.

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