Septiembre siempre vuelve

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Un usuario de Twitter consultando el móvil.

Volver. Tanto si te has marchado como si no. Porque vuelve el curso en general después de esta pausa analógica del mes de agosto con los datos móviles hirviendo. Aunque tú no la hayas hecho: el orden se impone a partir de ahora. A pesar de que se permita usar los pantalones de ir de excursión para ir a trabajar. Y las malditas chanclas. El rebaño salimos corriendo solo cerrar la puerta de casa. Normal. Se tienen que ver las cosas que todavía no hemos visto. ¿Cómo? ¿Has ido a X y no has comido en Z? Siempre quedan cosas por ver. Pero se tiene que salir. Y recuerda que solo puedes tener estrés postvacacional en septiembre. Se habla demasiado poco del estrés prevacacional y, en realidad, es tan ofensivo uno como el otro. Si nos ponemos estrictos. Es mejor que nos pongamos a ello porque la lista de propósitos, después de marcar las torres de Pisa que ya hemos aguantado, es larga y ambiciosa. Otro ritual clásico de la época. Ríete tú del gimnasio. Relees la lista entera y convocas, nuevamente, el espíritu de la voluntad. A ver si esta vez te concede el deseo de quitarte la pereza de encima y te ayuda a dejar de contar los errores que te sombrean los aciertos. También podemos esperar a morirnos y que los otros hagan el trabajo de contarlos. Como ya se hace. Abrimos el melón de la separación del arte y la vida. Cerrémoslo de nuevo. Ya no es tiempo de melón. Pero a la mierda la humillación y el maltrato en nombre de lo que sea. Mal nombre. Siempre es tiempo de abrir. ¿Cómo se puede separar la vida de la vida? 

Volvemos y nos reconectamos como si no nos hubiéramos enterado de nada. Solo de los datos turísticos que yo ya he olvidado cada vez que trato de hacer el álbum de fotos en papel. El clásico de los clásicos de la lista que cada año cae. Ya no tenemos fotos en papel. Es una frase que te hace sentir vieja. Y viva. Nosotros hacíamos correr el carrete. Todavía había cosas que creíamos que estaban en nuestras manos. Asegurarte de que una foto no la viera nadie o hacerla tan borrosa que pixelada se habría descubierto mucho mejor. Acumulas las imágenes al teléfono y cuando miras qué pasa en el mundo, ahora que el mundo solo eres tú y tu viaje, te encuentras con más muertos que el día anterior y un cúmulo de circunstancias absurdas. Muchos bueyes y muchos imbéciles, en las redes. Nada nuevo. De vuelta tendríamos que irnos de este lío social, pero siempre hay una excusa. Te enteras de muchas cosas que, de otra manera, no sabrías, te dicen. Y te preguntas por qué hay que saber tantas cosas si finalmente el verano empezó quemando y ha acabado con hielo cayendo del cielo. Sabemos que llegamos tarde y que ha llegado el día de que el cambio climático ya no es un concepto que se viste con una pancarta en una manifestación. Si a los catalanes nos hubieran dicho que la meteorología acabaría por interesar a todo el mundo habríamos podido hacer la independencia a gritos de isóbaras. Ahora tendremos que pensar alguna otra cosa. ¿Pensamos, todavía? En la última encuesta del CEO sale que un 85% del personal ve positivo el impacto del turismo y los Mossos sacan un notable. 

De vuelta te vuelves a chocar con los que hacen doble pirueta y vuelven de haber vuelto de todo. Estos dan pereza de la buena. No de la de ir al gimnasio. Porque hay quien viaja sin cesar (en el sentido menos místico y alucinógeno del término) y no aprende nada. O es inadaptable. Como alguno de los guiris que vienen aquí y cenan a las 18 h, con la connivencia de los restaurantes. Como se nota que no han pasado nunca hambre viajando por Francia y han acabado comprando una ensalada insípida en el Intermarché. Más allá solo se ve un desierto de gente hinchada y feliz.

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