Los siete magníficos y el activismo regulador

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Coches eléctricos de Tesla en una fábrica en Alemania.

John Sturges dirigió en 1960 el western Los siete magníficos, que tenía por subtítulo “Lucharon como setecientos”. Eran, abróchense los cinturones, Steve McQueen, James Coburn, Horst Bucholtz, Yul Brynner, Brad Dexter, Robert Vaughn y Charles Bronson. Hoy las siete empresas magníficas son las cinco grandes plataformas tecnológicas (BigTech) Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Meta (Facebook) y Amazon, a las que se ha añadido Tesla y el fabricante de chips avanzados NVIDIA. Estas empresas generaron más del 60% de la subida de cerca del 25% del índice bursátil S&P 500 en EE.UU. en 2023, del que tienen cerca del 30% de la capitalización. Su dinamismo explica también la discrepancia de regresos con la bolsa europea.

Estas empresas -y las cinco plataformas BigTech en particular- están en el punto de mira de los reguladores europeos y americanos por restricciones a la competencia. En octubre del 2020 el Subcomité Antimonopolio de la Cámara de Representantes de EEUU emitió un informe en el que alegaba que las plataformas BigTech tienen un poder monopolista y que han abusado de ellas. Apuntaba a Google por mantener su monopolio de búsqueda en internet mediante contratos anticompetitivos; en Amazon para presionar injustamente a los vendedores externos a su plataforma de mercado; en Facebook para mantener el monopolio en las redes sociales mediante una serie de prácticas anticompetitivas, y en Apple para utilizar la posición dominante de su App Store para beneficiar a sus aplicaciones y dificultar las de empresas rivales. De ahí se han derivado casos abiertos por los reguladores (el departamento de Justicia y la Comisión Federal de Comercio) contra estas empresas. El más reciente, contra Apple el 21 de marzo, en el que se afirma que “La amplia conducta excluyente de Apple dificulta a los estadounidenses cambiar de teléfono inteligente, debilita la innovación para aplicaciones, productos y servicios y comporta costes extraordinarios a los desarrolladores, empresas y consumidores”. La Comisión Europea ha impuesto recientemente una multa de 1.800 millones de euros a Apple a raíz de una queja de Spotify por el sistema cerrado de la App Store. Esta multa llega tras otras grandes multas impuestas a Google, que acumulan más de 8.000 millones de euros, por el abuso de posición dominante en la búsqueda en internet para favorecer su propio negocio en dos casos y afianzar el dominio de su buscador aprovechando su dominio en sistemas operativos con Android. NVIDIA y Tesla aún no han sido acusadas, su negocio es más tradicional porque suministran chips y vehículos eléctricos, respectivamente.

Las autoridades de competencia cuestionan si las grandes plataformas han logrado sus posiciones de dominio por méritos propios o por la exclusión de sus rivales mediante prácticas anticompetitivas. Las prácticas comerciales de las start-ups no se juzgan de la misma forma cuando llegan a dominar un mercado. Sorprende, sin embargo, que empresas que fueron consideradas grandes innovadoras y revolucionarias (y cruciales en la pandemia de la Covid-19, por ejemplo) ahora se consideren una rémora para la innovación. Estas plataformas han creado no sólo un producto sino una categoría de productos: Apple con el smartphone o Amazon con el comercio electrónico y la entrega a domicilio.

La Comisión Europea ha sido pionera en regular las grandes plataformas, con la ley de servicios digitales para proteger a los consumidores, y con la ley de mercados digitales para controlar el poder de las plataformas que son guardianas del acceso a los consumidores (gatekeepers) para que se mantenga la competencia y condiciones justas de acceso. Se insiste en la interoperabilidad entre plataformas para evitar que pongan barreras en su ecosistema para que a los usuarios les sea difícil salir de ella.

El nuevo activismo de las autoridades de competencia de EEUU, donde durante un largo período no estaban muy activas, contrasta con la más precoz intervención de las autoridades europeas. Muy probablemente esto se debe a que la defensa de la competencia en la Unión Europea es más independiente de los cambios políticos. Por ahora, en EEUU bajo la administración Biden se ha vuelto a los orígenes delantitrust de finales del siglo XIX, cuando el tamaño de una empresa podía ser considerado una ofensa no ya por su influencia en el mercado sino por su capacidad de influir en la política y la regulación. La gran cuestión es cómo mantener un mercado competitivo y la innovación en un mundo en el que las economías de escala y de alcance derivadas de la tecnología son muy importantes, y en el que, por tanto, la estructura del mercado será necesariamente concentrada.

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