El sistema educativo y una niña

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Un padre que lleva su hija en una escuela de Berlín. Alemania ha pasado de realizar una jornada compactada a una de partida en primaria.

Por la mañana, una madre y una niña van de camino a la escuela. Estamos en Barcelona y la calle está llena de adultos que acompañan a menores. Las sigo, me las miro, como nos mirarían a nosotros, a mí ya mi menor, otros que ya habían hecho este camino. La niña va polidísima, de ese pulido de criatura que aún no es autónoma para vestirse (ni para elegir la ropa) o peinarse (ni para elegir el peinado). Trenzas tensas, combinación de ropa perfecta, bien planchada, algo demasiado de escaparate, ya nos entendemos. La forma de hablar que tienen ahora madre e hija pienso que nunca volverá a existir por una razón: un día, la cabeza de la niña no estará más abajo que la cabeza de la madre. Estará al lado o más arriba. Un día, la niña ya no podrá ser agarrada a hombros. Esto lo cambiará todo. Seguro que la madre se ha imaginado ese día en que ambas hablan, por ejemplo, tomando un helado en una cafetería “cuqui”. Cuando estén en la cafetería “cuqui” lo que hará es contarle cosas de cuando era pequeña.

Las escucho. La niña le cuenta cosas de la escuela. “Los de P-3 son las delfines y las estrellas”, le dice, y sonrío, entendiendo que en la escuela hay dos líneas. Y mi madre hace que sí, aunque, claro, ya lo sabe. "Y después los de P-4 son los caballitos de mar y los planetas", hace. Pienso que "caballitos de mar" está bien para dibujar, pero que costará decir. La madre finge interés, ese interés que se finge con los cachorros. “Ah! ¡Mira!”, exclama. Y quizá porque no se acuerda o quizás para ver si la niña lo sabe, pregunta: “¿Y los de primero?”

La niña se detiene en medio de la calle. Con la pose seria de quien está a punto de hacer una revelación de la máxima importancia, mueve la cabeza de un lado a otro y exclama: “No, mamá. Los primero no son pequeños, ya son grandes. En primer lugar ya no lo hacen eso. En primer lugar ya son normales”.

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