He ido al cine a ver La sociedad de la nieve y, como tanta gente, me he derribado con la historia de la tragedia de los Andes, he buscado los testimonios de los supervivientes y he reflexionado sobre las grandes cuestiones que propone la película de Bayona: la antropofagia, la fe, la amistad. Y todo esto lo he vuelto a hacer por tercera vez, después de la lectura del libro ¡Viven! a finales de los setenta y de haber visto la película homónima veinte años después. de revisar cada cuarto de siglo para ver, cada vez, una capa más de profundidad.-_BK_COD_ La sociedad de la nievepero —y seguro que es mérito de la película— me ha suscitado pensamientos que antes no habían aparecido. Podríamos decir, exagerando un poco, que ha sido como una revelación: nuestra sociedad, la del mundo occidental en pañales del 2024, sí que es una auténtica sociedad de la nieve, en los aspectos más negativos. Me explico: los chicos que vivieron el drama de los Andes comieron la carne de sus amigos muertos estrictamente para sobrevivir y eso les llevó, precisamente, a un estado superior, a un compañerismo inquebrantable, a una generosidad sin límites ya una fe sin fisuras en la humanidad, entendida a través de los gestos y actitudes de sus compañeros de supervivencia.
Nosotros, cuya sociedad formamos parte, estamos viviendo un momento difícil. El entorno es hostil. Las posibilidades de sobrevivir son escasas. El coraje que necesitamos para salir adelante es enorme. Muchas familias viven grandes dificultades económicas, pero la mayoría de nosotros dispone de lo imprescindible para sobrevivir. Y, sin embargo, veo más antropofagia en esta sociedad que tenemos que en los chicos del avión despeñado. Nos devoramos unos a otros. Hemos olvidado, o casi, que la amabilidad y la empatía son la única forma de sobrevivir.
Lo vemos en la política —internacional y doméstica—, en la convivencia en los lugares públicos y, por supuesto, en las redes sociales, especialmente en Twitter —ahora X—, donde la agresividad y la calumnia son el pan de todos los días.
La gran preocupación de los supervivientes de los Andes era no convertirse en salvajes por el hecho de comer carne humana. Aquellos chiquillos —que apenas empezaban la adultez— entendieron rápidamente que la “sociedad” que habían creado con normas nuevas no les hacía perder humanidad, al contrario. Deberíamos hacerlo mirar. Nosotros —a diferencia de ellos— no tenemos la excusa de estar en el límite de la supervivencia. Por no tener, no tenemos ni la excusa de la nieve.
Por cierto, es desolador ver el aspecto que tiene actualmente el llamado Valle de las Lágrimas donde se estrelló el avión. Dejar morir al planeta también es una manera de devorarnos unos a otros.