Sociolingüística de batalla para catalanes
Desde que tenemos datos objetivos sobre la mala salud del catalán y el declive sostenido en el tiempo que podemos ahorrarnos el negacionismo y subir el nivel de exigencia y, por el mismo precio, ponernos justificadamente combativos. Lo bueno de esta desgracia es que permite desmontar lo que hasta ahora había sido el argumento estrella de los espanyolistas en Catalunya: la autorregulación. Como siempre han sabido los sociolingüistas, las lenguas no se equilibran espontáneamente, sino que compiten como si fueran especies de animales hambrientos por los escasos recursos de un mismo biotopo. Esto a veces cuesta ver, porque la pluralidad lingüística se nos presenta como una riqueza natural luminosa, pero, como siempre ocurre con lo de romantizar la naturaleza, una vez lo estudiamos vemos que la realidad del mundo prepolítico es la competición brutal y descarnada. Sin mecanismos de regulación y poder coercitivo, se impone la ley de la selva y la lengua más grande escoba inexorablemente la más pequeña. Ahora que tenemos datos que lo demuestran, cada vez que alguien hable de autorregulación lingüística debemos desacreditarlo deprisa y sin miramientos.
Dicho esto, me gustaría repasar un par de básicos de batalla, porque muchas veces los anticatalanes utilizan una confusión que no estamos acostumbrados a refutar. Sobre todo creo que todos los catalanes deberíamos tener muy por la mano la distinción entre el principio de personalidad y el principio de territorialidad. Según el primer principio, los derechos lingüísticos acompañan a las personas allá donde deseen vivir dentro del territorio del estado; de acuerdo con el segundo, los derechos lingüísticos dependen de la parte del territorio en la que se encuentran los individuos. Pues bien, casi todas las dificultades que tenemos para rebatir los ataques contra el catalán surgen porque alguien nos hace un argumento personalista y lo discutimos en sus términos, en lugar de responder con un argumento territorial. Cada vez que un anticatalán enmarca el conflicto lingüístico en términos del derecho de los individuos a elegir la lengua que estudian sus hijos o con los que son atendidos al médico, es necesario responder que en ninguna parte del mundo existen derechos lingüísticos individuales desligados del territorio donde se ejercen. Constantemente se nos dice que lo importante es tener médicos que sepan curar y que si hablan catalán es secundario, mientras que en Madrid o en París ningún ciudadano debe someterse a esa dicotomía falsa.
Además, elegir entre el principio de personalidad y el de territorialidad no es neutral. Gracias a la sociolingüística, sabemos que el principio de personalidad cortocircuita el principio de territorialidad, que si tú tienes un derecho personal a ser atendido en castellano en cualquier zona del territorio español, incluso en Cataluña, se produce lo que los científicos denominan "bilingüismo de sentido único", una situación en la que los hablantes de una lengua entienden y usan mayoritariamente la lengua dominante entienden la lengua minorizada. Naturalmente, años de estudios empíricos han demostrado que el principio de territorialidad es el único medio eficaz para proteger una lengua pequeña, que las lenguas que sobreviven en nuestro mundo son aquellas que tienen un pedazo de tierra en el que disponen del poder para imponer obligaciones exclusivas. Que el principio de territorialidad protege mejor que el de personalidad, no es un tema opinable, sino un hecho antropológico estudiado.
En Cataluña, la Comunidad Valenciana y Baleares todo desciende del artículo 3.1 de la Constitución española, según el cual en España todo el mundo tiene el deber de conocer el castellano y el derecho de ser atendido en castellano en todas partes. Que esto es una aberración que no deberíamos normalizar de ninguna manera me lo hizo ver durante la última Bienal de Pensamiento una conversación con Jean-Rémi Carbonneau, un académico quebequés experto en políticas lingüísticas (que Laura Serra también ha entrevistado en este diario), en uno de esos casos en los que alguien de fuera te desvela, y te estremece cómo has llegado a aceptar resignadamente lo que en realidad no tiene nada de normal. Quebec tiene el derecho a ser atendido en francés en Vancouver.
Hoy en España no hay reciprocidad territorial en las lenguas, sino un castellano fortalecido contra el que el catalán no puede competir en igualdad de condiciones. Pero es importante explicar que esto no debería ser así en ningún país lingüísticamente justo, y cualquier discurso sobre la plurinacionalidad y el respeto por las lenguas que no aborde esta desigualdad estructural no tiene nada de plurinacional ni de igualitario y debe ser criticado como la dominación que representa a los catalanes entre los catalanes. los territoriales, y asumimos desacomplejadamente que, cuando hablamos de lenguas, el único análisis correcto y justo es el territorial.