Gabriel Rufián felicita a Pedro Sánchez en el Congreso en la segunda jornada del debate de investidura, el pasado día 16.
2 min

Ésta del título es la consigna que le conviene adoptar al independentismo catalán en adelante, si realmente los partidos que lo representan no quieren acabar de desinflarse. El Barómetro del CEO hace tiempo que indica, en cada ola, que lo es cada vez menos, hasta el punto de que, en los resultados hechos públicos la semana pasada, el PSC queda como primera fuerza, a mucha distancia de ERC y aún más de Juntos, en unas elecciones al Parlament de Catalunya que, como mucho, se celebrarán en un año y medio.

El independentismo catalán ha perdido la iniciativa, ciertamente, pero no porque ahora haya acordado una amnistía con el PSOE de Pedro Sánchez, sino como consecuencia de haber dedicado seis años a una lucha por la hegemonía en el propio espacio político que ha degenerado en una guerra permanente de partidos, corrientes internas, facciones, grupos e incluso (o sobre todo) personas. Las divisiones entre liristas y nosurrenderistas, entre irredentos y rendidos, entre pragmáticos e hiperventilados, entre idealistas de la liberación y gestores del mientras tanto, y los largos, espesos y verrimosos intercambios de insultos entre dirigentes y seguidores (es triste ser dirigente, pero aún más triste es ser seguidor ) pueden ser entretenidas y sirven para dar fuel a cuatro tertulianos ya cuatro escritores, pero tienen el inconveniente de no tener relación alguna con la realidad. Y de ser, por tanto, no sólo perfectamente improductivas, sino también contraproducentes.

La guerra sucia judicial (que busca tumbar al gobierno de España y criminalizar al independentismo, por este orden) se arrastra de las legislaturas anteriores y continuará en ésta, hasta la última resolución del último magistrado alineado con la derecha nacionalista. La derecha ultranacionalista de PP y Vox representa una real amenaza. La situación política e institucional que la suma de estos dos partidos ha generado en poco tiempo en el País Valencià y en las Islas Baleares es agónica, y nos recuerda que seguimos teniendo pendiente la articulación de las tierras de habla catalana, o de los Països Catalans, o como queramos decir (Ximo Puig y Francina Armengol dieron pasos en esta dirección, tan tímidos como se quieran pero pasas, en contraposición con la mirada absorta en el propio ombligo del independentismo catalán). Sumar, Comunes y PSOE son interlocutores y hay que entenderse con ellos, no demonizarlos. La amnistía debe ser aprobada e implementada lo antes posible, y Puigdemont debe protagonizar un regreso a Cataluña que no sea cargado de pompa y grandilocuencia sino que genere energías aprovechables. La antipolítica es el diablo y debe evitarse por todos los medios.

Todos los puntos del párrafo anterior son evidencias a partir de las cuales se puede trabajar. Trabajar y rehuir el lloriqueo y la soberbia, los lamentos de los apaleados y las flatulencias de los milhombres y mildonas, que son diferentes aspectos y expresiones del victimismo. Desconozco si lo que hace falta es cambiar estrategias, tácticas o personaspero seguro que hay que arrinconar inercias, vicios y parásitos.

stats