1. Madrid. Mientras en Madrid la derecha española ensaya –a través de Isabel Díaz Ayuso– una vía de reconstrucción, en Catalunya el independentismo está levantando acta cotidiana de su desorientación. En principio, son dos procesos que circulan por espacios diferentes, pero que no dejan de tener una cierta relación especular, a partir de un factor común, el estado autonómico español. El independentismo querría salir de él, mientras que Díaz Ayuso trabaja en la construcción de un Madrid diferencial, con una concentración de privilegios que acabe definitivamente con cualquier fantasía de equilibrio del sistema: el vivir madrileño, alegría y dumping fiscal, ejes estratégicos de la presidenta candidata y de su proyecto para unificar a la derecha española.
¿De qué se trata? De dar un salto en la historia del PP para empalmar directamente el futuro del partido con el aznarismo desacomplejado y dejar entre paréntesis la época Rajoy, el hombre que quería pasar desapercibido y se encontró con la policía reventando urnas en las portadas de la prensa internacional y pagó la corrupción de su partido con una moción de censura. Una actualización del aznarismo vía trumpismo. Esto es lo que ofrece Ayuso. Cada día hace más pequeño a un Casado que no levanta la cabeza bajo el activismo de la candidata. Y que de golpe la derecha partida en tres vea la posibilidad de la reunificación no es un hecho ajeno a lo que está pasando en Catalunya. Si, por un lado, el Procés ha dado ideas a Ayuso para otorgar identidad en la capital generando un nacionalismo (o, quizás mejor, provincianismo) castizo, por el otro, lo que ha decantado las relaciones de fuerzas ha sido el hundimiento de Ciudadanos, que da vía libre a una reunificación en clave de neoautoritarismo rampante. Una vez más se ha demostrado que un proyecto nacido en Catalunya, a pesar de haber sido aplaudido fervorosamente desde Madrid, tiene los días contados cuando quiere ser decisivo en España.
Si Ayuso gana, ya no habrá dudas: la alternativa de derecha llevará marca compartida PP-Vox. De la capacidad de la izquierda y de los partidos autonómicos de responder al reto dependerán muchas cosas. Y no vale distraerse. Ni minimizar el peligro, tratándose de un estado como este.
2. Catalunya. Mientras tanto, en Catalunya las aguas bajan turbulentas. Y la capacidad del independentismo para autoflagelarse parece ilimitada. En buena parte por la naturaleza de los tres componentes: un partido histórico, un movimiento surgido por aluvión después del derrumbe de Convergència, y una asociación de militantes en la frontera entre el orden institucional y la movilización permanente. Mantener la tensión entre ruptura y política institucional no es fácil. Y si todo esto va acompañado de cuestiones de reparto de poder, todavía menos.
En todo caso, hay dos estrategias diferentes: una manifiestamente posibilista, gobernar y hacer política buscando grietas para ganar fuerza y posiciones (con un ideario genéricamente de izquierdas), y otra frontista, a pesar de las limitaciones, con la consecuencia de que para demostrar la voluntad de enfrentamiento se pueden hacer acciones inútiles con consecuencias dolorosas. La decisión de Alonso-Cuevillas de no asumir riesgos con desobediencias que no cambian nada y se pueden pagar caras ha provocado la indignación entre los suyos. ¿De verdad piensan que, por ejemplo, la patética obstinación de Torra con una pancarta que lo obligó a dejar la presidencia fue un gesto estratégico de gran utilidad?
¿Dónde está la derecha en Catalunya? ¿No hay derecha independentista? ¿Se tiene que entender que está toda en el cajón de sastre de Junts? ¿El hecho de que el intento del PDECat haya fracasado significa que la derecha es ajena al independentismo? Qué extraño un país en el que aparentemente la derecha es marginal (y solo españolista). ¿Es el PSC quien representa a parte de la derecha ausente? La confusión existente ahora mismo reclama una recomposición de la escena política catalana, en la que no todo pase por un solo eje, porque simplifica absurdamente la complejidad de la sociedad. Junts amenaza con elegir a Aragonès pero no entrar en el Govern. Quién sabe si sería una oportunidad. Lo que es evidente es que el bloqueo actual no lleva a ninguna parte. ¿Hay alguien con coraje para romperlo?
Josep Ramoneda es filósofo