Pancarta de las JNC colgada por la fiesta castellera de la Merced en la plaza Sant Jaume.
07/10/2024
2 min

La política tiene inercias que a menudo se mueven a un ritmo lento y hacen que la realidad desborde los proyectos más preciados. Si hacemos caso de las apariencias, ahora mismo en Junts todo gira en torno a Puigdemont. En realidad, es la tapadera sobre la que todos se cobijan –mirándose de reojo unos a otros– por miedo a que si se abriera paso a una renovación estratégica y de liderazgo, que parecen inevitables, se entraría en fase de explosión. Y, sin embargo, si Junts no acelera en la redefinición de un espacio propio, heredero de las tradiciones centrales del nacionalismo catalán, en las circunstancias actuales puede ir de mal en peor.

El panorama ha cambiado, el relato que Puigdemont representa ha quedado interrumpido. El aniversario del 1 de Octubre ha pasado sin pena ni gloria. Junts sigue recurriendo al ex president como referente porque es un conglomerado que se formó por la suma de grupos de procedencias muy diversas, tanto desde la derecha como desde la izquierda, que decaída la gran promesa puede alimentar recelos y desconfianzas. Algunos han desaparecido sin dar explicaciones. Y quienes quieren conservar el control de la casa a toda costa prefieren ponerse al abrigo del president por miedo a ser desbordados. Ciertamente, la crisis de Esquerra Republicana les da margen, pero amplios sectores del catalanismo que se animaron en los momentos de la épica quieren que la centralidad nacionalista juegue con eficiencia y no solo con retórica en la coyuntura actual. De lo que no pudo ser no se vive mucho tiempo, en política, y la melancolía es más bien depresora. Prolongar la mitología de la confrontación fallida –que siempre es una tentación de quien no confía en sus propias fuerzas– inevitablemente acabará desdibujando a Junts y no hará ningún favor al independentismo anclado en la frustración.

Junts heredó el espacio de la moderación, en términos económicos y sociales, que tanto representó Jordi Pujol durante años. Y ahora –decaída temporalmente la fábula que hizo creer que era posible tocar el cielo– deben darse perspectivas a corto y a largo plazo a esta franja, la más numerosa del nacionalismo, que se dejó atrapar por la ilusión pero que casi siempre ha vivido con los pies en el suelo. Y si Junts no encuentra el sitio, por mucho que se amparen en el ex president como referente de emergencia, se encontrarán pronto desbordados por los efectos del principio de realidad. Puigdemont puede ser para muchos el símbolo de un momento pero ahora estamos en otro. Y él, después de la ridícula vuelta-fuga, representa el espacio de la melancolía. Eso fue un movimiento desconcertante que podría ser la expresión de que él tiene más claro que los suyos que ya no le toca. ¿Cuándo dará el paso?

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