El mural dedicado al periodista y escritor Paco Candel, obra del artista Roc Blackblock, en el barrio de la Marina de Port.
04/06/2025
Doctor en ciencias económicas, profesor de sociología y periodista
3 min

La conmemoración de los cien años del nacimiento de Paco Candel parece haber cogido al país a contrapié. Candel, su pensamiento social y su obra literaria no acaban de encajar en un tiempo de desconfianzas partidistas y de hipercorrección política. Es cierto que todavía quedan días por celebrar un Año Candel que, significativamente, el Gobierno no ha hecho oficial. Pero si casi nadie discute la relevancia del personaje, tampoco está suscitando el entusiasmo que sería de esperar.

Varias razones pueden explicar la inoportunidad de este aniversario. Candel era hombre de consenso en tiempos de coincidencias nacionales básicas, aunque fuera porque el franquismo era el enemigo común. Se le podía vincular al PSUC ya Josep Benet, a la vez que podía ser la niña de los ojos de Jordi Pujol o de Joan Raventós. Candel se sabía lo suficientemente independiente para no sentirse incómodo transitando entre esta diversidad ideológica de padrinazgos, y tampoco incomodaba a los padrinos.

Ahora el clima político le sería adverso. Tanto a la hora de identificar al enemigo común como por la ausencia de acuerdos nacionales básicos. No es tiempo para Candels. Si algún partido se atreviera a mostrar demasiada simpatía por Candel, se le acusaría de apropiación ilegítima. A quien acentuara su vínculo con la causa nacional se le reprocharía la complicidad con la "burguesía" catalanista o las simpatías con la Iglesia del barrio. Y si alguien ponía el acento en su lucha social, otros recordarían que, para Candel, esto era inseparable de su compromiso por la lengua y la nación.

La otra razón que puede explicar la incomodidad con Candel es su libertad narrativa, que ahora merecería una fuerte reprobación. En su momento, Candel tuvo que esconderse por la radical veracidad de sus historias, amenazado por un vecindario que se vio identificado. Ahora debería esconderse por el realismo social de unos relatos escritos sin filtros ideológicos. De hecho, tanto desde la izquierda como desde la derecha se le reconocieron los méritos deLos otros catalanespero nunca se valoró suficientemente su obra literaria porque no se ajustaba a los cánones hegemónicos de su tiempo. de sus más de cincuenta novelas, leídas sin prejuicios, aún espera su momento.

Es cierto que su pensamiento no era fruto de una vocación académica sino de un activismo fruto de circunstancias biográficas particulares. Candel, de Genís Sinca, ahora revisada y reeditada por Comanegra. Los otros catalanes fue un encargo que le costó acabar, escrito desde la experiencia personal, con un optimismo militante y una intuición que iba de la lucidez crítica a la utopía radical. Intuición lúcida ya lo fue no aceptar el título propuesto, Nosotros los inmigrantes, que debía ser paralelo al del otro gran ensayo de la época, Nosotros los valencianos de Joan Fuster. Y utópico era escribir lo siguiente: "A pesar de todas las corrientes migratorias, siempre ha habido un fondo de catalanidad que ha permanecido inalterable. Ante este fondo, por tanto, sucumbirán a todos los inmigrantes a la primera, a la segunda, a la tercera, y si es necesario, a la cuarta generación. En este sentido, ya hemos señalado".

Los otros catalanes vuelve a ser un libro imprescindible. Debe leerse sin prejuicios ideológicos ni literalidades fuera de tiempo y lugar. Deben entenderse las claves estilísticas de principios de los años sesenta, obviamente. Se le debería hacer presente en el mundo universitario, cuyo sectarismo académico nunca le ha dado el espacio intelectual que le correspondía. Pero sobre todo debería aprenderse la profunda voluntad de contribución a la construcción de aquella nación acogedora –ahora lo llaman inclusiva– que supo identificar el catalanismo de la época, tanto de derecha como de izquierda.

Los otros catalanes, en definitiva, avergüenza tanto las actuales tentaciones xenófobas como las ingenuidades bonistas, donde unas alimentan a otras. Avergüenza a quienes necesitan contraponer la lucha social con la nacional, sin darse cuenta de que una no tiene pleno sentido sin la otra. Avergüenza a quienes se revolcan en la división fratricida. Y avergüenza a quienes combaten la confianza y esperanza en el propio país que él supo esparcir tan generosamente, y que es la única roca sobre la que se puede edificar un futuro nacional emancipado. Es a todos estos que Candel da miedo.

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