1. Ruido. Mal vamos cuando la batalla política se lleva a los tribunales de justicia. Se mire por donde se mire, algo falla. O es impotencia del que lo practica, incapaz de hacer camino por la vía parlamentaria, algo que le ocurre a menudo al PP, o es buscar la confusión de poderes, utilizando la justicia para conseguir lo que no se es capaz de ganar por las vías políticas, vicio nada oculto de la derecha. El resultado es una creciente politización de la justicia, conducida a tomar decisiones que inevitablemente afloran prejuicios y posiciones adquiridas. Así tumbaron el Procés, y así quiere el PP tumbar a Sánchez ahora.
Feijóo ha sido incapaz de debilitar al gobierno de Pedro Sánchez con una estrategia de ruido y denuncias sin ningún guion político, y ahora transfiere el trabajo a los jueces esperando capitalizar el agujero que se abra si los rumores que ellos generan prosperan y toman cuerpo. Al mismo tiempo, Sánchez, vestido de presidente libre de los demonios socialistas del pasado, que con su mundanidad saca años de distancia a sus adversarios, ha desatado el resentimiento de la vieja guardia socialista. Liderada por Felipe González, en plena evolución ideológica hacia el autoritarismo postdemocrático y parapetada en The Objective, se apunta a por todas contra el traidor Sánchez. Cansados de anunciar sin éxito las desgracias que el presidente debía llevar al país, de ver que ni España se hunde ni la sociedad se rebela, ahora el recurso fácil: incitar a los jueces a la bronca. Una serie de movimientos contra el gobierno que hacen emerger de rebote la sensación de impotencia que transmite Feijóo, por lo que quizás ya debemos interpretarlo como una maniobra de la propia derecha para descabalgarlo con el fin de reactivar la batalla.
Al PP se le acaba la paciencia, las circunstancias no le ayudan. La crisis catalana está en plena deflactación. La fatiga, que emerge siempre que alguien quiere ir más allá de lo posible, acaba imponiéndose y la ciudadanía quiere un tiempo de tranquilidad, en el que los problemas del día a día no queden atrapados en la gran promesa que no tiene perspectivas de llegar a corto plazo. Y así, como a menudo ocurre, los caminos de Catalunya y de España van desajustados. Cuando la derecha hace ruido en Madrid porque no consigue lo que quiere y busca el eterno recurso a la corrupción para debilitar al adversario, resulta que en Catalunya el president Illa ha encontrado una oportunidad ofreciendo un muestrario de distensión y recuperación de las políticas cotidianas, con un discurso cógelo-todo, que durará lo que durará pero que ahora mismo marca la agenda mientras el independentismo piensa. Una vez más, los caminos de Catalunya y España se cruzan: cuando a una le llega la distensión, la otra se tensa.
2. Relatos. Todo son ejemplos, menores me atrevería a decir, de una cuestión más profunda: la política está perdiendo capacidad narrativa. Y esto debilita los proyectos. No hay un relato que le acompañe, porque en realidad los que mandan no tienen poder suficiente para sostenerlo. El caso Macron, ocupante de la presuntamente todopoderosa presidencia de la República francesa, es la expresión más manifiesta de ella: tenía que cambiar Francia y va de claudicación en claudicación frente a la extrema derecha.
Los relatos no son fáciles de sostener. La experiencia vivida en Catalunya es una prueba de ello: la política es el difícil arte de encarnar una propuesta y, si no se valoran bien las posibilidades reales, los derrapes se pagan. En el fondo, la principal virtud en política es leer la realidad y saber adaptar a ella el propio proyecto. Si no es así, la situación va cuesta abajo, como vemos en muchos lugares de Europa: el desajuste entre la sociedad y la superestructura política es tal que deja agujeros por los que ahora mismo quien se mete es la extrema derecha, con la derecha y parte de la izquierda corriendo detrás de ella.
Las cosas nunca conjugan fácilmente. La distensión catalana –a la espera de alguna señal de que vuelva a elevar la tensión– coincide con la urgencia del PP en España por romper moldes, antes de que los socialistas se instalen más de la cuenta. La presión de Vox y la impotencia de Feijóo han llevado al PP a los límites. Y un personaje con aura más bien siniestra como Ábalos es ahora un objetivo preciado, por todo el efecto dominó que puede tener si son ciertas las especulaciones que corren. Pero el PP tiene prisa y por el momento tira con fuegos artificiales. La irresponsabilidad de los políticos da al poder judicial una capacidad de incidir en la escena política que no debería tener.