Gente en una imagen de archivo.
03/10/2025
Socióloga
3 min

Vivimos una etapa en la que la presencia de personas inmigrantes se ha convertido en un arma política, y cuando esto sucede se deja de pensar y actuar de forma razonable y el panorama se llena de fantasmas. Pero, más allá de los intereses partidistas, es necesario tratar de ordenar este proceso para ahorrarnos todo tipo de conflictos, que surgirán cada vez más si no se hacen políticas adecuadas.

Estamos a favor o en contra, sabemos que, de momento, la inmigración seguirá produciéndose. Los desequilibrios de nivel de vida entre países y continentes son demasiado fuertes, por lo que las migraciones, a pesar de las dificultades que a menudo implican, son por ahora inevitables. Lo importante es ver qué ocurre con la llegada de estos inmigrantes, cómo se adaptan a la vida entre nosotros, qué suponen para el futuro de este país. Sabemos ya algunas cosas de la evolución de estos fenómenos: cuando las personas vienen de países ricos, por ejemplo, no los consideramos inmigrantes, sino simplemente extranjeros; mientras que son los procedentes de países pobres los que aparentemente molestan. Es decir, se trata sobre todo de la llegada de una población con niveles económicos y culturales más bajos que los locales.

La pregunta es: ¿serán, en la segunda o tercera generación, ciudadanos como los nativos? ¿O bien, agrupados en guetos, seguirán presentándose como grupos ajenos, diferentes, y por tanto vistos como una amenaza? Todo esto es decisivo para preparar el futuro y evitar conflictos ya ahora, dado que el crecimiento de personas de origen foráneo es mucho mayor que el de los nativos: en España, en las tres últimas décadas, la población nativa ha crecido un 1,1%, mientras que la extranjera ha crecido en un 18%.

El CIS está publicando estos meses una obra monumental sobre la situación social de España, España 2025, que nos aporta información sobre esta cuestión, entre otras muchas. ¿Qué ocurre con la segunda generación de inmigrantes? En los últimos 15 años, los de segunda generación han crecido un 34%, y ahora son ya unos 2,7 millones, un 6% de toda la población. Pero entre la población de 0 a 17 años son el 22%, más de uno de cada 5 niños y jóvenes, cada vez con orígenes más diversos en función del origen de las familias. Es decir, un grupo de población clave para el futuro de nuestra sociedad.

Pues bien, ¿cuál es su situación? Lo que se observa es que los inmigrantes de segunda generación siguen teniendo un riesgo mucho mayor de exclusión y pobreza que los nativos, a pesar de que sus condiciones de vida mejoren ligeramente respecto a sus padres. Asimismo, se constata que su nivel educativo aumenta mucho en comparación con la generación anterior, e incluso tienen posibilidades de llegar a la universidad. Mientras que en niveles educativos más bajos están por debajo de los nativos, en relación con la llegada a los estudios superiores están casi al mismo nivel. Es decir, a pesar de que siguen en niveles económicos bajos, su esfuerzo educativo es considerable.

En cuanto al empleo, los inmigrantes de segunda generación tienen una tasa de paro superior a la de sus padres, pero a la vez aumenta mucho su nivel ocupacional, ya que salen, en muchos casos, de los tipos de trabajos mal pagados tan a menudo asumidos por los recién llegados. Todo apunta a que se produce una segmentación también entre ellos.

¿Qué podemos concluir de estos datos? Vemos que, de forma general, una parte de los inmigrantes de segunda generación se va pareciendo a los nativos en sus posibilidades y trayectorias, a pesar de que han tenido más dificultades económicas y de todo tipo en la infancia y juventud; pero tienden a superarlo mediante un esfuerzo educativo considerable. De modo que, como ya está sucediendo, su contribución a nuestra economía y a nuestra sociedad, si lo hacemos bien, acabará aumentando notablemente la riqueza y el bienestar colectivos. Siempre que, obviamente, les damos el pleno derecho a ser ciudadanos y ciudadanas "normales". Y esto ya depende de nosotros.

Depende de nosotros –de cómo los tratamos– conseguir una buena convivencia. Si tienen que vivir en guetos, continuamente amenazados, las generaciones jóvenes congriarán la rabia y el malestar propios de los marginados, como ha ocurrido tantas veces en Francia. Si, en cambio, tienen la posibilidad de progresar, de ser tratados como todo el mundo, sucederá lo contrario: "Soy de la tierra donde comen mis hijos", dice Serrat que respondía a su madre, aragonesa, cuando alguien le preguntaba de dónde era. Y es que habitualmente los inmigrantes se sienten más catalanes que nadie cuando esta ha sido la tierra donde dejar atrás la pobreza. Depende de nosotros, de las políticas que se hagan ahora, conseguir la integración necesaria o crear las condiciones para futuros conflictos.

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