Hacía tiempo que en la distancia se oían los relinchos, desde tierras lejanas avanzaban al galope los caballos del retroceso levantando una buena polvareda, respuesta clara al reciente avance del feminismo. Sabido es que no hay progreso sin reacción, porque todo progreso despierta las iras de los guardianes del inmovilismo. Hay quien no quiere avanzar, hay quien quiere retroceder. Porque con el marco del pasado –la subordinación de las mujeres, el dominio del macho, la rueda del capitalismo explotador perfectamente engrasada– no hace falta afrontar nuevos retos: la desjerarquización, la eliminacion del binarismo, el mejor reparto de los recursos y de los cuidados, etc. Quedándonos donde estábamos antes, los que siempre han ganado continuarán ganando.
Pero en ajedrez, al igual que en la época feudal, para que el rey y la reina ganen hace falta el trabajo abnegado de los peones. Miles y miles de peones obedientes que hacen lo que quieren quienes aspiran a seguir gobernando el mundo y a garantizar sus desigualdades, su miseria, su violencia (que se traduce aquí en una treintena de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas desde de principio de año). Roro, tiktoker gallega que en el DNI lleva el nombre de Rocío López Bueno, con más de cinco millones de seguidores en la citada red social, es uno de esos peones obedientes. Objetivamente, solo es una pánfila con unas gafas que le van grandes y esas uñas espantosas que se llevan hoy. Subjetivamente, para las tantísimas mujeres jóvenes que la siguen, es un modelo a imitar por su servidumbre al macho y su fidelidad a la mística de la feminidad.
Betty Friedan ya denunció esta mística en 1963 en el libro titulado justamente así, La mística de la feminidad, que marcó un antes y un después en la conciencia feminista. Era el resultado de un exhaustivo trabajo de campo en torno a las mujeres que habían sido apartadas del mundo laboral y recluidas en sus casas tras el regreso de los hombres que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial o que habían participado en la Guerra de Vietnam –que todavía duraba–. Miles y miles de amas de casa que se sentían atrapadas en unas vidas no deseadas y empezaban a librarse de la trampa. Friedan hablaba incluso de la necesidad de reeducar a las mujeres a las que la mística de la feminidad engañó.
Parece que Roro ha comprado entera esta mística de la feminidad que, se mire como se mire, es un zapato que aprieta, una cama de Procust donde se quiere encajar a las mujeres para tenerlas prisioneras y al servicio del patriarcado más rancio. Roro, convertida en un fenómeno viral que acumula más de cincuenta millones de visitas, comparte recetas que prepara amorosamente para su novio, llamado Pablo. Le pregunta qué le apetece y se lo prepara, así de fácil. Roro está aparentemente orgullosa de su sometimiento y contagia la imagen de la mujer tradicional. Se suma al movimiento tradwife –abreviatura de tradicional wife– cuya biblia, Fascinating Womanhood, casualmente también se publicó en el año 1963, firmado por una tal Helen Andelin. Roro rechaza el feminismo y la emancipación femenina, que ella se ve que no necesita. ¿Pero Roro es la Rocío real o solo un personaje?
En 1998, en una rueda de prensa que hizo en Barcelona, Betty Friedan afirmaba: "El siguiente paso en esta evolución radica en poner fin a la mística de la masculinidad". Ahora mismo vivimos en una contradicción: mientras la vieja masculinidad se deconstruye (dando lugar a hombres más igualitarios), la vieja feminidad resurge (dando lugar a ejemplares retro como la propia Roro). Si seguimos así, quizás algún día nos encontraremos con que serán los hombres los que harán avanzar el feminismo, mientras un grueso considerable de mujeres compra entero el discurso de la mística de la feminidad. Aunque es más fácil que un día de estos se descubra que Rocío-Roro en realidad es una espabilada que se ha diseñado a medida una campaña de marketing que le hace ganar fama y dinero. Y es que una cosa es comprar el timo de la mística de la feminidad en los años sesenta del siglo pasado y otra hacerlo ahora.