Una de las características de los países mediterráneos es que somos capaces de coger cualquier modelo de funcionamiento de cualquier cosa (ya sea un modelo de negocio, cultural, de educación, etc., no importa) y lo podemos pervertir sin complejos. Se puede llegar al caso que la perversión acabe dando como resultado una organización que anda en sentido completamente opuesto a los objetivos con los que se creó. En el caso hispano –es decir, el ámbito cultural que rige en España y en Hispanoamérica– el espectáculo se monta, evidentemente, con un discurso engolado, con una pomposidad verbal de gran inflamación. Todo tan pasado de vueltas que nadie se atreve a señalar el esperpento.
Este es el caso del Tribunal de Cuentas. En el caso de Catalunya tenemos la Sindicatura de Comptes, que no viene a ser otra cosa que la versión provincial del mencionado tribunal.
Si ustedes leen los objetivos fundacionales de ambos organismos verán que se instauraron al llegar la Transición. Si se fijan, se enterarán que unas instituciones con el mismo nombre ya existían desde hace siglos. Se apela a la historia para darle un brillo, un acicalamiento, que no tiene nada que ver con el magreo al cual, de manera sostenida, se somete el tema. Una cotidianidad de la cual ahora les daré mi visión particular.
Antes, sin embargo, introduzco otro vicio muy de nuestra tierra. En Catalunya una barbaridad puede mantenerse en pie años y años, que, si no nos afecta negativamente, nadie se queja. Ya no digo nada si el montaje nos beneficia. Ahora bien, llegado un momento determinado, si el tema se nos vuelve en contra, entonces nos escandalizamos. Y nos parece inaudito que el teatrillo dure tanto tiempo. Lo digo porque este ha sido el caso del Tribunal de Cuentas. Como, también, del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), por ejemplo. Instituciones que han durado decenios y sobre las cuales los catalanes edificamos un modus vivendi político muy engrasado. Ya nos iba bien. Actualmente, sin embargo, cuando ya no nos conviene –de hecho, nos ha hecho más mal que bien–, abandonamos el montaje y lo denunciamos airados.
Me parece que ya les comenté que un juez que todos ustedes conocen, en una cena, me dio la razón cuando le pregunté, retóricamente, si el CGPJ se había diseñado durante la Transición para que los partidos pudieran controlar la cúpula judicial y actuar impunemente. Financiarse irregularmente sin pasar por prisión. “¡Tú lo has dicho!”, recuerdo que me respondió el juez. Pues bien, el Tribunal de Cuentas y la Sindicatura de Comptes constituyen dos montajes de guisa similar. Y, igual que un monstruo que se hace adulto, cuando ya van solos, si hace falta, se giran contra el amo.
El 2005 ya escribí en un artículo en el diario Avui (“Requalificators”, 11/11/2005) en el que avisaba de las anomalías de nuestros ayuntamientos. De manera recurrente la Sindicatura de Comptes detallaba en sus informes las irregularidades de múltiples ayuntamientos. Y ni el Parlament, ni los gobiernos, ni nadie hacía nada. Los fiscales tampoco. En línea con la hipocresía de la cual hablaba al empezar este el artículo, muchos se escandalizaron de que hablara mal de los ayuntamientos. Sapristi! “¡Son la democracia más próxima!”, decían los más caraduras. Tuvo que llegar la Gran Recesión del 2007 para demostrar que los consistorios estaban ocupados por demasiados delincuentes habituales.
Y si bien en 2007 se nos cayó la venda de los ojos en cuanto a los ayuntamientos, en 2017 le tocó al CGPJ, el 2018 fue la hora de la monarquía, y ahora le toca al Tribunal de Cuentas. Uno más de los organismos trituradora que, además de dar salida a los militantes holgazanes, ha tenido siempre como objetivo evitar que los partidos y sus activistas tuvieran que rendir cuentas ante los tribunales de verdad.
En resumen, es inútil ignorar que el Tribunal de Cuentas (y su mini-yo catalán, que es la Sindicatura de Comptes, que no ha ido mucho más allá del mencionado escrutinio de los ayuntamientos) nunca han llevado a cabo su función principal. Y, de todo, los partidos catalanes se han beneficiado. Se han beneficiado los partidos, con sus ayuntamientos, con sus diputaciones y con todos sus organismos públicos de los que se podían derivar responsabilidades económicas. Estaban blindados. No nos tendrían que sorprender las reacciones de los partidos españoles ante nuestra nueva posición. Es evidente que están decepcionados y resentidos. Es como cuando un capo deserta. ¡Imperdonable!
Mientras no se desmonte el Tribunal de Cuentas, sus miembros, siempre ayudados por tantos y tantos botiflers civiles y de partido, harán sufrir a mucha gente de bien. Sería de agradecer que la cuenta de la Caixa de Solidaritat, donde todos podemos ayudar a los damnificados, se continuara publicitando de manera amplificada y prioritaria. Es de gente honrada ayudar a las víctimas de los salteadores de caminos.