El final de Ciutadans ha acabado siendo un espectáculo dejado y lamentable, coherente -eso sí- con la profunda indecencia que ha marcado la trayectoria del partido, desde su presentación en sociedad en el Palau de la Música, en 2006, hasta este mismo miércoles, en el que su portavoz en el Parlament, Anna Grau, ha anunciado con un tuit que deja el partido y la política. Unos días antes había salido también por la puerta trasera al secretario general, Adrián Vázquez. Un personaje tan irrisorio como ellos, Carlos Carrizosa, ha conseguido mantenerse de pie dentro de las ruinas de la formación, ganando un torcebrazo contra los antes mencionados. Naturalmente, todo esto no tiene ningún interés, ninguna relevancia. Vividores, paraicaidistas, personajes en busca de una forma de vida más o menos regalada. Los últimos y decadentes hitos en la historia de una organización que hizo de la demagogia, el victimismo, la mentira y la fractura social sus banderas, en busca de una confrontación que tenía una lengua (una lengua, y todo lo que un discurso crispado e intoxicador fue capaz de asociarlo) como detonante ya la vez como víctima. Su mérito en estos dieciocho años habrá sido acelerar la caída de la política española, y la catalana, en la polarización y el empobrecimiento del debate político, un fenómeno que es general en Occidente, pero que tiene expresiones particulares en cada país . Y más en concreto, forzar (tampoco cuesta mucho) la deriva del PP hacia su lado más cercano a la extrema derecha, ya la vez facilitar la aparición de la extrema derecha de Vox, que combina elementos de sus referentes europeos y americanos con otros que proceden del franquismo y el falangismo, y en general, de la larga tradición autoritaria española. Todos estos ingredientes formaban ya parte de la receta de Ciutadans, por mucho que el partido se presentara (según el momento) como liberal, socialdemócrata, de centroizquierda reformista o lo que ustedes quieran.
Otro pulso que se ha mantenido en los últimos días dentro del espacio político que a sus habitantes les gusta llamar constitucionalismo, y que en realidad no es más que ultranacionalismo españolista, ha sido el que ha enfrentado Alberto Núñez Feijóo con Alejandro Fernández, y que de nuevo se ha saldado con victoria para el catalán, para que después digan. A Alejandro Fernández, que es un buen amigo mío, le felicitan mucho todos aquellos que nunca le votarán, y hay que decir que no hay para menos: las encuestas le auguran un buen resultado que le permitirá seguir siendo lo que ha sido siempre, es decir, un personaje completamente irrelevante. Irrelevante pero ocupando más escaños, eso sí. Como su adversario Feijóo, que saca buenos resultados a las encuestas, pero no solo no logró ser presidente del gobierno de España, sino que debe seguir haciendo aparatosos malabarismos para mantenerse al frente del PP. Aprovechamos estos días de recogimiento para meditar sobre los malos momentos que deben asumir los buenos patriotas a causa de su amor desinteresado por España.