Trump y Netanyahu no han visto a Panahi

Donald Trump en rueda de prensa en el Despacho Oval el 18 de junio.
20/06/2025
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Hace tres semanas, el cineasta iraní Jafar Panahi ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes con Un simple accidente, una película que aquí todavía no hemos podido ver pero de la que trascendió que es un alegato a favor de "la humanidad y la compasión", algo que por otra parte, y felizmente, puede decirse de la mayoría de las películas de este gran cineasta. Es relevante recordar que Panahi tiene que rodar sus filmes en la clandestinidad, ya que desagradan profundamente al régimen de los ayatolás. En la plataforma Filmin podéis ver algunos, como Taxi Teheran, Tres caras o la reciente No bears: todas tienen un tono que bascula entre el humor, la ternura y la melancolía, algo entre Moretti, Cassavettes y Kaurismäki. Otros directores y directoras iraníes de los que hemos podido ver buenas o excelentes películas, como Asghar Fahradi, Majid Majidi, las hermanas Samira y Hana Makhmalbaf, su padre Mohsen, o el amigo y maestro de todos, Abbas Kiarostami, nos permiten acercarnos a la realidad de un país rico en recursos naturales una involución drástica en las libertades y derechos de sus ciudadanos, así como un empeoramiento de sus condiciones de vida, bajo la mano de hierro de un gobierno ultrareligioso y conservador. Hablamos brevemente de cine y dejamos para otro día la importantísima literatura persa, con sus 2.500 años de tradición.

Es obvio que el carnicero Netanyahu y el sucio Trump no han visto ninguna película de Panahi, y que si lo hicieran difícilmente sabrían entender la delicadeza, la mirada a menudo irónica y ciertamente compasiva con la que contempla Teherán y a las personas que viven ahí. Netanyahu se carga en los hombros el trabajo sucio de detener al gobierno iraní en su pretensión de lanzar un desafío nuclear al resto del mundo, pero al mismo tiempo continúa su particular huida hacia adelante (debe atender las exigencias de sus socios de gobierno, un grupo de fanáticos religiosos tan o más indeseables que los del régimen iraní, y además necesita constantemente abrir frentes que lo alejen de los procesamientos judiciales por corrupción que pesan sobre él) aunque sea, para no variar, al precio de las vidas de la población civil inocente e indefensa (también de la población israelí, que sufre en propia carne la ferocidad de la respuesta iraní). En cuanto a Trump, los incendios que causa en su política interna (incluyendo la represión militarizada de protestas civiles) hacen comprender que no está en condiciones de desempeñar el papel de gendarme del mundo que tradicionalmente se atribuye a EE.UU.

El mundo líquido que anticipó Bauman era un mundo enloquecido. Por eso otro déspota, el turco Erdogan, puede acertar cuando se refiere a Netanyahu como un dirigente comparable a Hitler, al que desea que no acabe igual, sino que responda de sus crímenes ante un tribunal internacional antes de irse de este mundo. Así sea con todos los gobernantes criminales que hacen del mundo este sitio feo.

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