Trump: surfeando la onda republicana

El Capitolio, en Washington.
14/01/2025
4 min
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Desde Europa no resulta fácil entender el fenómeno Trump. Permítanme que les cuente una pequeña historia personal que quizás puede aportar algo de luz en el momento de captar la cultura republicana que ha impulsado el fenómeno del nuevo presidente americano.

En una reunión académica internacional sobre democracia y federalismo celebrada hace años en Washington, uno de los académicos americanos anunció que antes de presentar su trabajo de investigación haría una breve introducción explicando el sistema político estadounidense. Esto sorprendió al resto de participantes, ya que en ese contexto no parecía que eso hiciera falta alguna.

El ponente, le llamaremos Donald, empezó diciendo que el valor central de las democracias es la libertad, que siempre debe afrontar dos grandes amenazas. En primer lugar, el peligro que significan algunos individuos que se creen con el derecho el deber de decir a los demás cómo deben actuar y qué deben pensar. Teniendo en cuenta, nos decía Donald, que estos individuos "torracollons" (traducción libre) en el caso de Estados Unidos tiende a vivir en las costas del Atlántico y del Pacífico, la solución vino de algún dios, que en su inmensa sabiduría colocó al oeste las montañas Rocosas y al este la cordillera de los Apalaches. Esto permitió que hubiera un inmenso territorio en el que el resto de los americanos pudieran dedicarse a lo que quisieran de la manera. que quisieran.

Pero existía una segunda amenaza para la libertad: los políticos. Sobre todo quienes ocupan el gobierno de turno. Se trata, advertía Donald, de otro tipo de individuos empeñados en organizar la convivencia a base de introducir un creciente número de obligaciones, burocracias, normas e impuestos. En ese caso la solución no vino de ningún dios sino de la gran sabiduría práctica de los Founding Fathers, los padres fundadores de la democracia americana (Madison, Jefferson, Adams, Franklin, etc.). Esta solución consistió en combatir el gobierno de modo que no hubiera sólo uno, sino muchos, es decir, el establecimiento de un sistema federal. De esta forma, nos decía, los políticos están todo el día peleándose entre ellos por sus cosas y nos dejan más en paz al resto. No es una situación ideal, advertía Donald, pero era la mejor que había podido encontrarse.

Así, las montañas y el federalismo eran las dos soluciones que en el caso de EE.UU. se había establecido para combatir las dos principales amenazas a la libertad. Naturalmente, otros americanos le criticaron, algunos visiblemente exaltados, pero creo que, a pesar de la caricatura, refleja parte de la cultura política espontánea del Partido Republicano.

Del resto del papel de búsqueda de Donald en Washington no recuerdo nada, sólo que no tenía mucho interés. Sin embargo, siempre que oigo o leo ideas y acciones relacionadas con líderes políticos o académicos republicanos neoconservadores o libertarios me viene a la cabeza la historia anterior.

Hoy las cosas han cambiado. Precisamente de una de las costas, la del Pacífico, han surgido ideas, actitudes, inventos y empresas (Silicon Valley) que han agujereado las Rocosas y conectado con lógicas políticas imperantes en el Midwest americano. El federalismo se mantiene, por supuesto, pero también puede quedar amenazado si el sistema institucional no resiste las pulsiones autoritarias del nuevo presidente americano y de un gobierno no precisamente ilustrado.

Creo que es necesario recordar cómo, por ejemplo, Stuart Mill advertía que la libertad está siempre potencialmente amenazada, tanto por las acciones del estado como por las acciones de otros individuos (Sobre la libertad, 1859). En la línea de Locke, Montesquieu, Tocqueville, Rawls o Berlín, el remedio institucional liberal consiste en establecer un tipo de estado que queda políticamente justificado por garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos.

El federalismo americano está dotado de ese fondo liberal, es parte de su razón de ser. En contra del anarquismo clásico que ve en el estado a una entidad opresora a superar, el liberalismo (y el federalismo liberal) defiende que sin este tipo de estado no hay ninguna garantía efectiva de los derechos y libertades. En la práctica se entiende, y no en la retórica de las constituciones y leyes. Pero para garantizarlos es necesario establecer una separación efectiva de poderes, cuyo poder judicial sea a la vez independiente e imparcial. Ambas cosas, ya que los tribunales pueden ser independientes de los demás poderes y al mismo tiempo parciales (en nuestro contexto no debemos ir muy lejos para encontrar claros ejemplos de tribunales independientes y parciales).

En nombre de la libertad, Trump amenaza lo mejor del liberalismo político y de la democracia americana desde un conservadurismo muy simple que no entiende ni quiere atender a las complejidades sociales y culturales de las sociedades contemporáneas. Si a esto le añadimos un fuerte nacionalismo de estado –recordemos que todos los estados del mundo son nacionalistas sin que exista ni una sola excepción empírica– obtenemos el paradójico resultado de laminar las libertades en nombre de la libertad.

Esperamos que el consolidado sistema institucional americano resista una prueba de estrés que en parte también lo será para el resto del mundo.

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