La Tierra vista desde la Luna.
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En el último trimestre de 2024 se celebró en Nueva York la cumbre anual de la ONU dedicada a reflexionar sobre los retos de futuro ya intentar generar nuevos consensos mundiales entre los estados que gobiernan el planeta. El resultado de la cumbre fue la aprobación de un documento con 56 propuestas, una moción por un Pacto Digital Global y una Declaración sobre la importancia de las generaciones futuras. Entre las 56 propuestas, hay 19 que desde varios ángulos tratan de fortalecer la orden de gobernanza mundial existente, empezando por cambios profundos en las propias Naciones Unidas. Como suele ser habitual en documentos de este tipo, la ONU demuestra ser consciente de buena parte de los problemas y sus debilidades, y el texto está lleno de buenas intenciones. Sin embargo, más allá de la buena fe, y que muchas de las propuestas se quedan más bien cortas, los avances tangibles esperables son aún más escasos. Y eso que la percepción ampliamente compartida es que no tenemos más remedio que poner manos a la obra y que se nos acaba el tiempo para hacerlo.

Son muchísimos y fundamentales los retos globales que afrontamos la humanidad entera. Muchos de estos retos requieren una acción coordinada de los estados, organizaciones internacionales y ciudadanos para poder encontrar una solución efectiva. Desde la crisis climática y la lucha contra las pandemias, hasta la regulación de la IA o de los mercados financieros, pasando por la seguridad nuclear, la protección de los ecosistemas y la lucha contra la extinción masiva de las especies, la protección de las generaciones futuras, la armonización fiscal global y la lucha contra los paraísos fiscales, o los objetivos clásicos del mantenimiento de la paz, la lucha contra la pobreza y las desigualdades socioeconómicas globales, o el resto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que la Agenda 2030 de la propia ONU estableció como prioridades planetarias en 2015.

Lo cierto es que el actual sistema de gobernanza mundial, incluidos el sistema de Naciones Unidas y la acción coordinada de los estados, está demostrando, fracaso tras fracaso, su incapacidad para ofrecer soluciones efectivas para todos y cada uno de estos retos. Las causas son diversas, entre ellas la falta de presupuesto y competencias reguladoras claras de las organizaciones internacionales, así como la excesiva dependencia del veto de los estados y el hecho de que éstos han quedado anclados en una visión miópica de sus propios intereses, una que borra la importancia del bien común global o el interés general compartido y prioriza los intereses económicos y políticos particulares y de corto plazo de cada estado o incluso de cada gobierno. Tal y como señala el documento de la ONU, necesitamos un sistema de gobernanza mundial mucho más fuerte y efectivo, un objetivo que no es fácil de alcanzar. Ahora bien, antes de delegar alegremente competencias en las organizaciones internacionales y dotarlas del poder y los recursos económicos que requieren, también debemos asegurarnos de que el sistema de gobernanza global resultante sea no sólo efectivo, sino también legítimo, es decir , que sea mínimamente democrático.

¿Es posible y deseable el objetivo de construir una democracia global? Hace más de 30 años que un conjunto de expertos en el ámbito internacional –yo entre ellos– defienden que sí, y que presentan propuestas concretas sobre cómo lograrlo paulatinamente, a pesar de las evidentes dificultades prácticas. ¿Pero nos estamos acercando realmente a la democracia global? Aquí son muchos los escépticos. Muchos creen que se trata de un objetivo noble pero muy improbable, y que todo parece indicar que estamos cada vez más lejos de conseguirlo. A menudo se ha dado por presupuesto, aunque no había evidencia empírica sólida, que no había voluntad de ir más allá, ni genuino interés en construir un gobierno mundial, ni por parte de los estados ni por parte de los ciudadanos.

Sin embargo, acaba de publicarse un importante estudio que nos podría dar a los demócratas globales un aliento de esperanza. de un trabajo de Farsan Ghassim y Markus Pauli publicado en elInternational Studies Quarterly, que intenta medir el grado de apoyo entre la población mundial a la creación de un gobierno mundial. Por eso se ha realizado una macroencuesta a 42.000 personas de 17 países distintos de todos los continentes –que representan el 54% de la población mundial–. Los resultados están claros: el 48% de los encuestados estaría a favor de la creación de un gobierno mundial si no se especifica nada más; pero el porcentaje de apoyo asciende al 68% si se especifica que este gobierno sería democrático, y, más aún, al 71% si se añade que además de democrático tendrá competencias limitadas para luchar, por ejemplo, contra las pandemias.

Necesitaremos, como siempre, más estudios y datos antes de ratificar estos resultados. Pero si el principal obstáculo a una democracia global era la falta de voluntad de la gente, no parece que éste sea ya un problema. Como suele ocurrir, la ciudadanía es mucho más madura de lo que acostumbramos a pensar. Y quizás la democracia global, tan necesaria como difícil, esté más cerca de lo que parecía.

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