

Dos días antes de las elecciones alemanas, de las que saldría ganador, Friedrich Merz planteó la necesidad de hablar "con británicos y franceses para saber si su protección nuclear podía extenderse a los alemanes". Instalada bajo la protección disuasoria americana tras la derrota en la II Guerra Mundial, humillada por el reparto del territorio impuesto por los ganadores, condenada a vivir con cierta contención su voluntad de poder tras los crímenes del nazismo, Alemania apostó por reconquistar Europa con su despliegue económico aunque fuera con el brazo bélico atado. Ahora, ante la deriva trumpista de América, el líder democratacristiano se libera de los tabúes de la historia y busca el amparo en sus rivales europeos: Francia, que nunca podrá evitar creerse el centro de Europa, y Gran Bretaña, siempre con un pie fuera de casa –un trocito mar adentro– derriba de la natural por la vía atlántica.
Merz llega fuerte, con ganas de hacerse oír. El acuerdo anunciado el viernes sobre el endeudamiento alemán lo confirma. Sabe de la debilidad de Macron, que, caído en el descrédito en casa, intenta aprovechar la crisis global para recuperar perfil. Y asume la situación crítica de Europa. Pese a su reputación conservadora, no ha querido ensuciarse como gran parte de la derecha europea mirando a la extrema derecha, y ha optado por la coalición con la socialdemocracia, afrontando la actual situación con responsabilidad, consciente del momento crítico en el que estamos. Su apelación al paraguas francés es una interpelación en todos los europeos. No estamos para orgullos y mezquindades de la psicopatología de las pequeñas diferencias. Es una hora grave y es necesario actuar con responsabilidad compartida. Si se aleja de los americanos es porque quiere que quede claro que no quiere participar de sus delirios, si concede a los franceses poder de protección es porque no es un momento para mirar de reojo.
La Unión Europea corre el riesgo de poner en evidencia los puntos de irrealidad que la conforman, convertida en una élite burocrática, peligrosamente cerrada sobre sí misma. Mucho ruido y poco aseo. El gesto de Merz hacia Francia está diciendo que estamos en una situación de urgencia en la que debemos pensar juntos y concertadamente. Es lo que debería hacerse dentro y fuera de cada país: ser capaces de anteponer las prioridades del momento a las particularidades y establecer unas líneas maestras para defenderse de las amenazas de la bilateral (Estados Unidos y Rusia) del autoritarismo postdemocrático. No es tiempo de las miserables rencillas de la politiquería de quienes confunden la política con el ruido y así se ahorran pensar. Ganar un voto no lo justifica todo. Merz ha ido a por la unidad democrática en lugar de entregarse a las extremas derechas, como hacen la mayoría de los partidos conservadores que se van situando en la línea trumpista de desdibujar la democracia que la teotecnocracia americana ha puesto en marcha. ¿Aguantará?