El bofetón que no esperabas encontrar en Netflix


Adolescence (Adolescencia) es, sin duda, la mejor serie que se ha estrenado en los últimos meses. No te la esperabas en Netflix, por el enfoque narrativo que va más allá de la acción, por la voluntad de exploración social y por la técnica fílmica que determina el ritmo. Creada y protagonizada por el actor Stephen Graham, es un drama familiar que arranca cuando la policía derrumba la puerta de una casa para detener a su hijo de trece años, acusado de asesinar a una compañera de la escuela. La historia se desarrollará en cuatro capítulos: la detención, la investigación de la policía en el instituto, una sesión de Jamie con la psicóloga y, finalmente, los esfuerzos de la familia para volver a la rutina a pesar del estado de devastación. La serie recuerda la película Tenemos que hablar de Kevin, de Lynne Ramsay, basada en la magnífica novela de Lionel Shriver, en la que nos adentramos en las circunstancias familiares de un adolescente que ha provocado una masacre en su instituto. En ambos casos, la ficción ha venido motivada por historias reales que irrumpen en los medios de comunicación y que nos obligan a preguntarnos por las causas de estas atrocidades.
Esto es lo que explora y explica tan bien Adolescencia –que encontraréis con la opción de subtítulos en catalán–. La serie se aleja de los detalles del crimen. De hecho, la escena del asesinato solo la veremos en un plano secundario. A los creadores de la serie no les importa el cómo sino el porqué. Profundizan en las reacciones de sus protagonistas. La cámara observa intentando descifrar las causas que pueden llevar a un niño de solo trece años a matar a una compañera. ¿Qué puede ocurrir en el seno de una familia trabajadora, estructurada, de clase media, implicada en el bienestar de sus hijos, para acabar sufriendo una situación como esta? Las inercias invisibles que heredamos de los progenitores, la educación emocional y las secuelas de la masculinidad mal entendida, la crisis del sistema educativo, la presión social de las redes y las dificultades para digerir las transformaciones sociales emergen a lo largo de los cuatro capítulos. Adolescencia pide al espectador una actitud casi escrutadora. Te hace fijar en el lenguaje no verbal de los personajes, en sus miradas, en sus silencios y en cómo interaccionan entre ellos. El guión insinúa y cada espectador es libre de interpretar los hechos. El trabajo de dirección de Philip Brantini y unas actuaciones magistrales de todo el elenco, en las que destaca la de Owen Cooper encarnando al niño protagonista, nos abocan a un relato hipnótico que induce a consumir la serie con voracidad a pesar de la dificultad posterior para digerir la historia. Todos los capítulos están rodados en plano secuencia, una filigrana técnica de elevada complejidad fílmica, que en principio es innecesaria pero contribuye a esponjar el tempo narrativo. Implica unas transiciones que facilitan la reflexión tanto de los personajes como del espectador, apelando a esta necesidad de preguntarse e ir encontrando pequeñas respuestas. Adolescencia es un bofetón inesperado. Un caso que sirve para pensar en el legado emocional que estamos dejando a las generaciones más jóvenes.