

BarcelonaHay generaciones que recuerdan dónde estaban cuando el hombre pisó la Luna, cuando mataron a JFK, cuando llegó la televisión o cuando accedieron al primer ordenador y el primer móvil. Nuestros padres y abuelos recordaban sobre todo cuando estalló la guerra que les marcó a fuego y cuando murió el dictador. Todos los que hoy estamos vivos recordaremos dónde estábamos cuando el gobierno decidió que el interés colectivo recomendaba quedarse aislado en casa y qué hicimos durante el confinamiento por la pandemia de cóvido.
Aquellos días vimos lo mejor y lo peor de todos nosotros. Vimos cómo muchas personas masticaban su propio miedo e iban a trabajar a los hospitales, a los supermercados, a las residencias de personas mayores, a las funerarias. Vimos cómo las trabajadoras de algunas residencias se quedaban a vivir con los ancianos para evitar contagios y cómo algunas dejaban a sus hijos en manos de la familia para cuidar a nuestros padres. Pero también intuimos lo que hoy sabemos, y es que los especuladores aprovecharon el desconcierto para hacerse ricos y comprar el ático madrileño o la enésima propiedad. Intuimos cómo tantas personas morían asfixiadas y solas sin paliativos.
Vimos cómo se improvisaban vestidos de protección con bolsas de basura, cómo las señoras de la limpieza y las cajeras del súper mantenían el tipo, cómo se improvisaban depósitos de cadáveres, como las hierbas, las plantas y los animales recuperaban las ciudades. También vimos cómo algunas familias privilegiadas se marchaban al mar oa la montaña para vivir un paréntesis que aún hoy recuerdan como una burbuja de bienestar. Algunas empresas aprendieron a dar un salto adelante y se digitalizaron a un ritmo que nunca habrían soñado, pero otras muchas desaparecieron. Muchos aprendieron a trabajar en casa entre el ruido de los niños y la olla al fuego. Para los periodistas fueron también tiempos extraños. Esta redacción se vació dos días antes del confinamiento, conscientes de lo que China e Italia nos estaban indicando desde hacía semanas. Aprendimos a hacer en remoto todo el proceso de sacar un diario a la calle, incluso el último paso de enviarlo a imprimir. Tres personas nunca faltaron, convirtiendo su presencialidad en la redacción en un acto de resistencia desesperada. Ellos coordinaban los esfuerzos de todo lo demás, que pronto reclamó salir de casa a informar. Los periodistas eran parte del sujeto informativo, cosa que no suele ocurrir, y observábamos nuestro mismo miedo, la muerte de los nuestros, la falta de elementos de protección y de respiradores, la soledad de los viejos, la angustia por los hijos, la lucha por la vacuna, el avance de las enfermedades mentales y el aislamiento de los adolescentes, la misa de la adolescente, la misa.
Para el periodismo fue un buen momento. Los ciudadanos querían saber qué estaba pasando y también necesitaban entretenerse. Las noticias se consumían a través de canales digitales y en tiempo récord. Nuestra prioridad fue mantener el contacto con los lectores informándoles con rigor y profundidad sobre una crisis que no sólo cambiaba las formas de trabajo, sino que también reconfiguraba las dinámicas políticas y sociales en el mundo. El confinamiento puso de manifiesto desigualdades estructurales de acceso a la tecnología y de acceso a una buena enseñanza. Con periodismo constructivo, el objetivo fue mostrar que, pese a la incertidumbre, había un camino para transformar esta crisis en una oportunidad de renovación y reestructuración de las políticas públicas y la prensa en un referente de análisis crítico y un espacio de debate para la sociedad catalana.
¿Qué aprendimos?
Cinco años después empezamos a ser capaces como sociedad de superar el trauma y pensar en qué lado de la sociedad queremos ser como individuos. ¿Queremos estar junto a quienes saltan los obstáculos y crecen con las dificultades? Si la respuesta como sociedad es positiva, tenemos la oportunidad de aprender algunas lecciones. Si salimos adelante fue gracias a la cooperación científica ya la investigación, al trabajo colectivo, a la confianza en la ciencia y no al terraplanismo que hoy gobierna la primera potencia mundial, a la cooperación entre los países de la Unión Europea. En la intervención económica para equilibrar el mercado cuando falla y en la política dirigida a proteger la cohesión social cuando todo se detiene. En EEUU, el péndulo está hoy muy lejos de lo que aprendimos. En Europa todavía no. Dependerá de todos nosotros haber aprendido alguna lección de uno de los momentos críticos que habremos vivido a lo largo de nuestras vidas.