Trump vs. Harvard, populismo vulgar

Donald Trump da un discurso ante la cúpula del Partido Republicano en el Hotel Trump International de Washington.
26/05/2025
Escriptor
2 min

Que Donald Trump, al contrario de lo que suele decirse, es un personaje absolutamente previsible es algo que ya dijimos aquí (y que alguien ha repetido), y la actuación del presidente de EEUU no hace más que corroborarlo. Su embestida brutal contra las universidades americanas, y en particular contra Harvard, no es otra cosa que una erupción populista de una vulgaridad que puede parecernos insólita pero que tiene raíces antiguas y profundas. Se puede calificar, si así se quiere, de guerra cultural, porque es una etiqueta que gusta a los pedantes, pero en realidad se trata del viejo resentimiento contra el elitismo que para algunos sectores de la sociedad representan la cultura, el conocimiento y los estudios superiores. No hace falta irse a Estados Unidos de América: en nuestro país tenemos una población con porcentajes alarmantes de abandono escolar, y este es terreno abonado para la suspicacia contra los estudios, los estudiantes, los libros y etc.

Los populismos de derechas y de izquierdas han presentado a menudo a los universitarios y los intelectuales como enemigos del pueblo sencillo, representado por el líder de turno. Esto llegó a un paroxismo sangriento en la Camboya de Pol Pot, donde los jemeres rojos, que se declaraban comunistas, perpetraron, entre 1975 y 1979, un genocidio de dos millones de víctimas, en el que bastaba con llevar gafas para ser detenido, torturado y ejecutado. No es broma. Inspirados en los textos de Stalin y Mao (la Revolución Cultural), Pol Pot y sus secuaces pretendían instaurar una sociedad maoísta, sin religión, dedicada a la agricultura y la ganadería. Las gafas se convirtieron en símbolo del capitalismo y del elitismo universitario, y merecían castigo de muerte, como todos aquellos que se dedicaran a profesiones relacionadas con el conocimiento y su transmisión: maestros y profesores, escritores, periodistas, etc. Y, por supuesto, la comunidad universitaria.

El resentimiento antiacadémico y anticultural está extendido hoy día entre las franjas más desfavorecidas de las sociedades occidentales, aquellas a las que los líderes de extrema derecha dirigen sus discursos inflamables. En el caso de Trump no hay que descartar un componente personal, porque él mismo fue un estudiante universitario mediocre, que asistió dos años a la Universidad de Fordham, de jesuitas, y se acabó sacando el título de económicas en la escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania. Trump debe de disfrutar vengándose de lo que él verá como los petulantes alumnos de las universidades privadas y públicas, y de paso persistiría en su cruzada de repliegue y cierre nacionalista, por la vía de prohibir la llegada de estudiantes extranjeros. El odio contra la cultura es extremadamente vulgar, pero tiene adeptos, y en este sentido hay que entender también los ataques trumpistas contra estrellas de cine o de la música como Meryl Streep, Taylor Swift o Bruce Springsteen: cuanto más famoso es el artista (o más prestigiosa es la universidad que ataca), más repercusión obtienen sus rebuznos.

stats