Ucrania y los fantasmas del neofranquismo español

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El 'Gernika' de Picasso hecho mural.

Probablemente, era cuestión de dejar pasar un poco de tiempo para que los discursos, explicaciones y narraciones sobre la guerra de Ucrania y los probables crímenes de guerra cometidos por tropas rusas en algunos de los territorios ocupados, como es el caso de Bucha, acabaran confluyendo con la memoria y la historia de la guerra civil española. Y el día llegó con la comparecencia virtual del presidente ucraniano Zelenski ante los diputados del Parlamento español y el momento clave de su intervención: la mención del bombardeo de Gernika como un ejemplo que hiciera entendedora la destrucción de los centros urbanos de su país y, sobre todo, la estrategia de terror bélico y moral que se esconde detrás de estas acciones. Fuera en abril de 1937 en el País Vasco, y perpetrado por la aviación nazi de la Legión Cóndor, con el visto bueno de los fascistas sublevados; o fuera en abril de 2022, en Mariupol, Kiev o Lviv.

El ejemplo era perfectamente entendedor para todo el mundo. El bombardeo de la ciudad vasca de Gernika, en abril de 1937, comportó la destrucción de una ciudad que no era objetivo militar ni tenía ninguna instalación estratégica. Fue un ejercicio de la aviación nazi para comprobar los efectos de las bombas incendiarias y el castigo sobre la población civil. Fue un éxito para sus intereses; los fascistas españoles, encabezados por los generales Francisco Franco y Emilio Mola, se limitaron a decir que habían sido los republicanos y los gudaris vascos los responsables, los que dinamitaron la ciudad para construir un argumento contra los "salvadores de España". Más seria fue la respuesta del cardenal primado Isidre Gomà al canónigo Alberto Onaindía, cuando este le pidió que hiciera todo lo posible para que la destrucción intencionada de Gernika no se repitiera en otras ciudades como Bilbao: "Los pueblos pagan sus pactos con el mal y su protervia en mantenerlos". Protervia, en el lenguaje católico-fascista del cardenal, quiere decir perversidad.

Pero, naturalmente, la cita de Gernika no podía gustar, de ninguna de las maneras, a los neofranquistes (o neofascistas, o nueva extrema derecha españolista, como queráis) de Vox y de buena parte de los diputados del Partido Popular (y, vete a saber, si a alguien de Ciudadanos, también). No, para toda esta gente, el único ejemplo posible era Paracuellos. Ya se encargó Santiago Abascal de decirlo en voz alta, después de que se lo recordara el fanático converso al nacionalismo radical más perverso Herman Tersch. ¡¡¡Paracuellos!!! ¡¡¡Santiago Carrillo!!! ¡¡¡Los comunistas!!! Y, en definitiva, la gran coalición rojo-separatista (la Segunda República y los nacionalismos periféricos), contra la que se hizo y se ganó una guerra, en 1939, que aún coletea en la memoria, en los discursos y en las actitudes políticas.

Paracuellos, pues. En noviembre de 1936, en un Madrid asediado por los rebeldes, durísimamente bombardeado, miles de prisioneros antirrepublicanos, de derechas o abiertamente fascistas, llenaban las prisiones y los centros de detención de la ciudad. En unas semanas de tensión extrema y bajo una presión terrible, los responsables de orden público y seguridad, casi todos ellos vinculados al Partido Comunista, y con las interferencias de elementos soviéticos y de la III Internacional, llevaron a cabo varias sacas (sacar a los presos de los centros, sin ningún tipo de control judicial, para llevarlos a ejecutar fuera de la ciudad), con el resultado de centenares de muertos, ejecutados en varias localidades cercanas a Madrid. El símbolo sería Paracuellos; el mito fundacional, junto con el oro de Moscú, de los discursos fascistas españoles de la guerra civil. Unos discursos que, como muy bien sabemos, todavía persisten en el escenario político, la literatura pseudohistórica y la publicística de la extrema derecha (a veces, no muy extrema) española y españolista.

El presidente Zelenski se habría podido ahorrar la cita de Gernika. No habría pasado nada si no lo hubiera mencionado. Naturalmente, no podía mencionar Paracuellos porque, probablemente, no conocía este episodio. Y, aunque lo conociera, no se equipara con ninguno de los episodios vividos en Ucrania (salvo que se documenten más allá de cualquier duda las ejecuciones de soldados rusos en manos de ucranianos; pero ni siquiera este hipotético crimen de guerra se podría comparar con Paracuellos).

Por otro lado, a Vox, al Partido Popular, incluso a Ciudadanos (y no descartaría a alguien de algún otro partido), les da absolutamente igual si el presidente Zelenski se equivocó de ejemplo. Ellos son los hijos, los nietos y los bisnietos de quienes ganaron la guerra civil. Y, cuando se gana una guerra como la de 1936-1939, dispones de cuarenta años para disfrutar de los beneficios de la victoria y en los cuarenta años siguientes nadie te exige cuentas ni una mínima mirada compasiva (ya no digo autocrítica) al pasado, Gernika no existe. Todo se resume en Paracuellos. Probablemente, si se lo preguntaran, equipararían este episodio a Auschwitz o Treblinka. No exagero. Solo hay que escucharlos, a ellos y a sus publicistas.

Francesc Vilanova es profesor de historia contemporánea en la UAB
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