Aragonés, no pudiendo aprobar los presupuestos, convocó elecciones anticipadas. Esquerra perdió bueyes y cencerros, el Govern y algo más. Las causas de malos resultados ya han sido analizadas. Las consecuencias directas han sido el adiós político de Aragonès y Marta Rovira, por responsabilidad y coherencia, y un enroque de Junqueras de difícil explicación. Ahora vienen las elecciones europeas donde el voto por ERC se intuye que continuará a la baja. El efecto Tomàs Molina será un suave viento, a juzgar por la banalidad de sus mítines convertidos en un mem que no hace ningún bien en el partido. Pese a los malos resultados, al día siguiente de las votaciones europeas se constituirá el Parlament de Catalunya y Esquerra, con sus veinte escaños, tendrá la clave. No es un poder menor. Al contrario. En función de cuál de las cuatro opciones elijan, con valentía o con el corazón encogido, tendremos una Cataluña u otra.
Opción 1. Esquerra entra a formar parte de un gobierno tripartito. No sería nuevo. Ya lo hicieron con Maragall o Montilla. Pero en ese momento se trataba de romper con más de veinte años de pujolismo. Ahora, después del Proceso, sería difícilmente comprensible sentarse en un ejecutivo junto a Isla o de Albiach, que no aprobó los presupuestos en nombre del Hard Rock y que, en el colmo de la incoherencia, tragaría ese sapo. Si hubiera tripartito de izquierdas (42+20+6), los 68 diputados les permitiría hacer y deshacer durante toda una legislatura. En el Govern, Esquerra mantendría cargos y poder. Eso sí, Junts, desde la oposición, les diría el nombre del cerdo -nada nuevo- y las redes sociales pondrían a los republicanos a parir. Butiflers, arriba. En las democracias de las líneas rojas todo tiene un precio.
Opción 2. Izquierda vota a favor de la investidura de Salvador Illa, pero se mantiene fuera del Gobierno. Esta apuesta pondría a Catalunya en marcha, ahorrándole una segunda vuelta electoral. Obligaría al PSC ya los comunes a gobernar en minoría y, por tanto, Esquerra podría jugar a la geometría variable para aprobar según qué leyes o les haría ver la madrina en según qué otras, como la aprobación de los presupuestos. A cambio de ese voto favorable, el PSC podría ofrecerles la presidencia del Parlament. Si ocurriera algo de eso, Junts les diría el nombre del cerdo desde la oposición y, de nuevo, Twitter pondría a los republicanos a parir. Lo de las treinta monedas de plata de Rufián, quedaría corto junto a lo que vendría.
Opción 3. Izquierda se abstiene en la investidura de Isla en segunda vuelta. En este caso, habría que otros partidos, de los que Illa ha dicho que no quiere los votos, también se abstuvieran por tener un presidente del PSC. En esa salida, ERC perdería su fuerza decisiva. Salvo que, claro, se diera un escenario altamente improbable: que, a cambio de saber qué promesa socialista hecha desde Madrid, se consiguiera que tanto Junts como ERC se abstuvieran en segunda vuelta y entonces sí que Illa conseguiría más sí que no a la votación de investidura. Esta opción, que impediría que entre los dos grandes partidos independentistas se dedicaran reproches unos a otros hasta el fin del mundo, a estas alturas parece utópica. Tan sólo se podría llegar, de entrada, si en la composición de la mesa del Parlament se asegurara de que Anna Erra, de Junts, pudiera seguir siendo su presidenta.
Opción 4. Izquierda vota que no a la investidura de Isla o de Puigdemont y es necesario repetir elecciones. Este es un escenario posible que no debe menospreciarse. Eso sí, estas nuevas elecciones se convertirían en un duelo Isla-Puigdemont donde ERC, ya sin Aragonès de cabeza de lista y con un candidato por determinar a toda prisa, parece que tendría mucho más que perder que ganar.