Cuando votamos, decidimos los escaños de una opción política, pero no la composición del Parlament, que es una decisión conjunta. Conjunta pero no consciente, porque no somos abejas ni tenemos una mente colmena. Pero las élites y sus spin doctors tienen el hemiciclo en la cabeza y pueden dirigirnos, ya sea a través de la ley electoral o bien ejerciendo un control inteligente de la opinión pública. De lo contrario, no se explicaría que durante dos siglos los países parlamentarios más avanzados hayan funcionado con un bipartidismo casi perfecto. Sospechosamente perfecto. En el presente, es el bipartidismo tradicional el que parece haber entrado en crisis, lo que ha provocado la irrupción de un fascismo modernizado, muy capaz también de influir en la opinión pública, de despertar la eterna tentación totalitaria.
En la Catalunya contemporánea, hemos tenido un bipartidismo –el del PSC y CiU– matizado por la existencia de un doble eje ideológico, social y nacional. Mientras Pujol dominaba la Generalitat y los socialistas gobernaban los principales ayuntamientos, parecía que habíamos llegado a una situación de estabilidad que contentaba a todo el mundo. Luego vinieron nuevas configuraciones: el tripartito de izquierdas y el frente soberanista.
El Proceso lo cambió todo, y nos ha legado un Parlamento muy descuartizado. Hay ocho fuerzas parlamentarias y el PSC gobierna con sólo 42 diputados. Tenemos independentistas de centroderecha, de centroizquierda, de extrema derecha y de izquierda revolucionaria. Y espanyolistas de centroizquierda, de derecha y de extrema derecha. Y los comunes, que son una izquierda camaleónica. El mapa parlamentario se parece bastante a la realidad del país, es decir, es complejo y sin asas. Las élites añoran el bipartidismo de toda la vida y quisieran que el PSC y Junts lo reeditaran, repartiéndose el pastel o pactando, tanto en Barcelona como en Madrid. Y que el resto se repartieran las migajas. Como antes del Proceso.
Por el momento quien ocupa el centro del cuadrilátero es el PSC. En parte por méritos propios y en parte por el voto de quienes votan PSOE. Mientras, sus perseguidores compiten entre ellos. Ante la amenaza de que Salvador Isla se eternice, los derrotados claman por la unidad frente al fuerte. Apuestas por la unidad, en los últimos tiempos, hemos conocido dos. Una es la del frente independentista, que era el gran mantra de Junts, pero hace tiempo que no habla porque ahora lleva varios caballos de ventaja a ERC. La otra es el frente de los partidos a la izquierda del PSC (ERC, Comunes, CUP), que tiene ilustres defensores como Xavier Domènech y que podría proponer un programa social más avanzado y un horizonte más o menos soberanista, sin entrar en detalles, porque si no el invento se cae.
Sinceramente, creo que no veremos un frente independentista. Sería menos aparatoso y más útil que Junts y ERC coordinaran sus reivindicaciones ante el gobierno español, lo que creo que tampoco ocurrirá. Por lo que respecta a la izquierda nacional, los comunes están tan debilitados que podrían desear un acercamiento a ERC y la CUP. Pero hay esa puñetera palabra, "independencia". Por eso Domènech habla siempre de "soberanías", en plural, que es el gran eufemismo. Palabras abstractas que no excluyen... También el PSOE dice que la negociación de la financiación será bilateral y multilateral, y todo el mundo lo encuentra bien. La Constitución también se hizo así, a base del "sin perjuicio de", que lo dejaba todo en manos de la coyuntura.
La unidad, en todos los contextos, es una palabra deslumbrante. Quizás nos vuelva a deslumbrar si el PP y Vox llegan al poder. En cualquier caso, conviene recordar que los votos populares no se suman tan fácilmente como los escaños.