El exministro de Interior Jorge Fernández Díaz a la salida de la Audiencia  Nacional el octubre de 2020
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El siempre fértil territorio de la derecha española se ha mostrado, estas últimas semanas, especialmente fecundo en situaciones y espectáculos esperpénticos, dignas de la pluma de Valle-Inclán.

En Ávila, el 19 de julio, en un acto organizado por el PP y presidido por Pablo Casado, resurgió de las profundidades del olvido Ignacio Camuñas Solís, alias Nacho de Noche. Se trata de uno de los personajes más frívolos e insustanciales de la Transición, pretendido liberal al frente de un Partido Demócrata Popular de esta filiación (que no se tiene que confundir con el homónimo y posterior de Óscar Alzaga, democristiano), pero que pronto buscó el cobijo de falangistas en el poder como Rodolfo Martín Villa o Adolfo Suárez, se integró en la UCD y, gracias a esto, se volvió ministro entre 1977 y 1979. Después la política (¡dichosa ella!) lo perdió de vista, más allá de un breve cortejo con Vox en 2014.

Hoy octogenario, y quizás como resultado de sus excesos nocturnos de los años 1970, el señor Camuñas delira. Y, en la ciudad de santa Teresa, dijo que “si hay un responsable de la Guerra Civil, directamente es el Gobierno de la República. Un golpe de Estado no es lo que ocurrió en 1936. Creo que es mejor olvidar lo pasado y no seguir pretendiendo que la derecha es la culpable del 36 y de la Guerra Civil. Eso es mentira”. Todo esto lo afirmó ante el silencio y la mirada aquiescente del líder de la oposición y aspirante a la presidencia del gobierno español. 

Una semana después, tal vez impresionado por la formidable lección de historia que había impartido Nacho Camuñas a su lado, fue el mismo Casado quien quiso exhibir el acreditado bagaje académico que lo adorna y dictar doctrina en materia... de filología románica. El acontecimiento se produjo en Palma, en otro acto de partido, y el número uno del PP estableció, como saben, que en las Baleares no se habla catalán, sino “mallorquín, menorquín, ibicenco y formenterés”. El público, entregado, lo ovacionó como si acabara de formular, en primicia mundial, la teoría de la relatividad.

Por último, el pasado jueves el juez instructor de la Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón, resolvió enviar a juicio a Jorge Fernández Díaz y a su cúpula política y policial en el ministerio del Interior, como máximos responsables de la operación Kitchen. Pablo Casado reaccionó desentendiéndose de todo el asunto, aludió a Fernández Díaz como a un apestado y dio a entender que prácticamente no lo conocía.

Y bien, si el señor Casado no conoce a Fernández Díaz, yo sí, y desde hace más de treinta años. Y de entrada encuentro que este repudio del ex ministro ahora procesado es, por parte del líder del PP, una muestra de desagradecimiento y/o de ignorancia graves. Porque sin Jorge Fernández, su hermano Alberto y la red de lealtades político-personales que tejieron por barrios y comarcas (aquello que fue denominado el fernandismo), es muy probable que Alianza Popular-Partido Popular hubiera desaparecido de Catalunya a lo largo de los años 1980, y esto hubiera hecho casi imposible la llegada a la Moncloa de Aznar y, más adelante, de Rajoy.

Dicho esto, y desde aquel conocimiento personal al que antes me he referido, no puedo evitar de ver en el epílogo de la biografía de Jorge Fernández Díaz una mezcla de sainete, o de esperpento, y de tragedia griega. Desde que experimentó su repentina conversión al integrismo católico más desinhibido, Jorge ha dado pie a numerosas burlas (el ángel de la guarda –de nombre Marcelo– que lo ayudaba a aparcar, las Vírgenes investidas comisarias de la policía, las supuestas confidencias del Papa emérito sobre las intrigas del demonio contra España...). Aun así –díganme ingenuo– siempre pensé que el mayor de los Fernández Díaz se creía su propia conversión. Todavía recuerdo, en 2008, la íntima satisfacción con la que me decía: “Joan, yo ahora peregrino cada año a Tierra Santa. El año pasado, ¡dos veces!”

Si mi percepción no es errónea, si Jorge Fernández es de verdad un born again Christian, entonces, ¡qué final más patético! Primero, en 2016, la filtración de sus conversaciones ministeriales con Daniel de Alfonso (“Esto, la fiscalía te lo afina”) sobre maniobras policíaco-judiciales irregulares para perjudicar al independentismo catalán. Después, las actuaciones parapoliciales, con uso de fondos reservados y funcionarios públicos, de cara a neutralizar la amenaza que Luis Bárcenas representaba para la cúpula del PP y para el gobierno de Mariano Rajoy.

A pesar de que, al servir los superiores intereses de España, la operación Cataluña no tuvo consecuencias judiciales, la Kitchen sí que hará sentar a Jorge Fernández en el banquillo de los acusados. En cualquier caso, y desde el punto de vista de la moral católica, mentir, robar (utilizar fraudulentamente recursos públicos para finalidades impropias), abusar de las propias funciones, ¿no son pecados muy graves, incluso si se cometen para preservar la unidad nacional o para proteger a Mariano Rajoy, a quien Jorge le debe políticamente los mejores años de su carrera? El ángel Marcelo, las Vírgenes de su devoción, ¿no le hacían ningún reproche?

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