En lugar de mejorar, la violencia contra las mujeres y las criaturas está empeorando, y nos devuelve la imagen más terrible de nuestra sociedad: si hay hombres capaces de matar a sus parejas, a sus criaturas, como nos puede sorprender que haya ejércitos que practican genocidios salvajes y terroristas que matan indiscriminadamente? La violencia, arma suprema de imponer lo que quiero, lo que me da la gana de obtener.
Desgraciadamente, las medidas empleadas para eliminar estos horrores son totalmente insuficientes, como se demuestra cada día. No sólo porque las inversiones son escasas y el personal es poco, sino también porque apuntan únicamente al castigo una vez cometido el crimen: la tirita sobre la herida. Cuando sabemos sobradamente que es la prevención lo que puede acabar con esta lacra, y no la punición cuando el mal ya está hecho. ¿Por cuándo, la educación afectivosexual y la coeducación?
La llamada “violencia de género” es “violencia de género masculino” o “violencia machista”. El impulso violento lo podemos encontrar en hombres y mujeres, pero en los niños es estimulado, en las niñas se contiene. El modelo de género masculino todavía vigente incluye, como uno de los elementos definidores de la masculinidad, el permiso y la casi incitación a ejercer violencia mucho más allá de la autodefensa. Lo definió perfectamente Nietzsche: “¿Qué quiere el hombre auténtico? Peligro y juego”. Los niños reciben este mensaje casi desde que abren los ojos: cuanto más peligro comporte un juego, más excitante será.
Las mujeres y las criaturas somos víctimas, pero lo que no se dice es que las víctimas más numerosas son los hombres. En Catalunya, el pasado año (2022) murieron 41 hombres por homicidios o asesinatos, el 68% del total; entre las mujeres las víctimas fueron 19. Mueren muchos más hombres que mujeres a causa de la violencia, pero de eso no se habla.
¿Y quiénes son los que cometen estos crímenes? Básicamente los hombres: en 2021, último año de datos disponibles en España, 518 hombres fueron condenados por homicidios o asesinados, frente a 67 mujeres con las mismas condenas. Es decir, el 87,1% de los homicidas y asesinos son varones; una proporción muy superior a la de hombres fallecidos sobre el total. Otro dato me parece significativo: 479 hombres fueron condenados por “homicidio por imprudencia”, y sólo 81 mujeres; un nuevo indicador de una manera diferente de ir por el mundo prescrita por los géneros.
¿Qué podemos concluir? Los hombres reciben menos violencia mortal por parte de las mujeres de la que ellos ejercen. No hay paralelismo: las mujeres somos doblemente víctimas, rechazamos la violencia y no podemos entender que la practique alguien que ha dicho querernos, y por eso nos movilizamos contra esta locura; los hombres creen tener derecho a ejercerla, pero pagan aún un mayor precio, en años de vida, para poder seguir practicando sus juegos peligrosos y sentirse “hombres auténticos”.
Desde mi punto de vista, es absolutamente indispensable deshacer el actual modelo de género masculino e ir hacia una socialización diferente de las criaturas, sobre todo de los niños. Porque, por otra parte, hay que tener en cuenta la evolución histórica del ejercicio de la violencia por parte de los hombres: en las sociedades que nos precedieron, esta violencia tenía cierta razón de ser; los hombres debían proteger a las criaturas, la gente mayor, las mujeres. Ésta era la justificación de sus privilegios: ser capaces de enfrentarse a los peligros, de morir si era necesario, para defender a los débiles, en sociedades donde las agresiones de todo tipo eran constantes. Ya no es así: la violencia masculina ahora no protege a nadie, sólo destruye y mata. La vemos aparecer en estas formas terribles de violencia de los adolescentes, agrediendo sexualmente a sus compañeras, jacándose a las redes. Lo que se presentaba como protección se ha convertido en amenaza.
¿Es necesario que la sigamos transmitiendo a los niños, como fundamento de unos privilegios sin justificación?
Si realmente queremos acabar con la violencia machista, que es la que mata a hombres, mujeres y criaturas, es necesario cambiar el género masculino, extirpando su violencia como elemento constitutivo central. Y esto significa sobre todo cambiar los mensajes a los medios de comunicación, a las redes sociales, a la educación, a los juguetes, en el uso de los móviles, en el acceso a la pornografía, al deporte, en muchos videojuegos . En nuestras cabezas, eliminando estereotipos y prejuicios; a las familias, perdiendo el miedo a tener niños empáticos, cuidadores y pacíficos. Quiere decir educarlos, desde toda la sociedad, para que comprendan que el valor de los hombres, el más elevado, es ponerse al servicio del bien común, al servicio de las demás personas, y que sólo si lo hacen así merecerán el respeto que pierden con el ejercicio de la violencia.