Leo en el ARA un artículo de The New York Times, escrito por la profesora de psicología del Colegio John Jay de Justicia Penal Chitra Raghavan, que se pregunta si un exceso de halagos y de amor romántico es saludable. Y por lo que veo, no.
Explica la autora que uno de los miembros de la pareja, que suele ser el pérfido hombre, pero (uf) no solamente, “es muy tierno y todo el rato halaga a la otra persona, entre otras cosas, y crea un ambiente en el que ella siente que ha encontrado a su alma gemela", pero que en realidad “está creando o manipulando el entorno para que parezca que él –o ella– es la pareja idónea". También dice que “hacer regalos a las nuevas parejas es una forma tradicional de ejercer influencia” y que se hace porque el otro "se enamore de forma desmesurada".
¡Pues claro! Te haces el tierno, porque es lo que te sale, y porque no se note el primer día que a la mínima das cuatro gritos y que si te buscan te encuentran. También procuras ser simpático y ocurrente y no dormirte a las diez, e ir limpio a la cita, porque no se trata de ir al meublé y que, al quitarte los zapatos, huela a pies o a axila. ¿Qué tienes que hacer? ¿Mostrarte indiferente? Entonces quizás el otro –con razón– pensará que no eres la pareja idónea, porque no le haces caso.
En cuanto a los regalos, pues quizás sí que es una manera tradicional de ejercer influencia, no digo que no. Y entiendo que a la autora le parezca mal que un regalo sirva para que el otro se enamore de forma desmesurada. Dejad de hacer regalos a las parejas. Hacédmelos todos a mí. ¿Qué teníais pensado? ¿Un lote de libros, una cena, un viaje, un coche, un diamante, un spa, un ordenador, un concierto, teatro? No sufráis, soy una mujer fuerte y bregada, no me enamoraré de forma desmesurada. Ayudémonos, cuidémonos.