La gentrificación no es solo un fenómeno habitacional, también puede ser comercial. En el corazón de Barcelona, en el Barrio Gótico, en especial en la zona más concurrida, se está produciendo la sustitución del comercio histórico por las tiendas de souvenirs. La combinación de pandemia y precio por metro cuadrado está resultando decisiva. Dos años de sequía de visitantes, con episodios largos de cierre por los confinamientos, han dejado los comercios tradicionales al límite. Muchos no han podido reabrir y menos si tenían que seguir pagando el precio del local al nivel prepandemia. Los propietarios de los espacios en general han querido volver al nivel de ingresos que tenían hace dos años. El resultado es que en las vías más importantes, por ejemplo las calles Ferran y Comtal, muchas de las persianas que han vuelto a subir son de negocios de souvenirs camuflados legalmente como tiendas de ropa: esta es la manera que tienen de burlar la prohibición municipal de abrir este tipo de establecimiento. En efecto, venden ropa, pero básicamente camisetas con lemas supuestamente ingeniosos sobre Barcelona. Hecha la ley, hecha la trampa. El control, de momento, parece que no se está produciendo.
La recuperación de la vida en esta zona céntrica de la ciudad está siendo lenta y, además, teñida otra vez de este modelo de monocultivo turístico. Incluso antes de que hayan vuelto de manera importante los propios turistas, ya los están esperando tiendas banales de memorabilia, aquellas que el Ayuntamiento ha intentado históricamente echar, por lo que se vuelve a ver ahora, sin mucho éxito.
En las calles menos céntricas, y por lo tanto con locales algo más asequibles, la oferta es más diversa. En las vías principales, en cambio, la tendencia turística parece que fatalmente se está volviendo a imponer, como una plaga. Entre esto y que se calcula que en el Gótico todavía hay un 25% de persianas bajadas, el paisaje urbano de esta parte de la capital catalana a estas alturas no resulta muy acogedor para los ciudadanos ni esperanzador desde el punto de vista de una recuperación económica solvente, con futuro. El turismo barato solo sirve para engañar al hambre. De hecho, los primeros turistas que han empezado a volver han sido sobre todo los de bajo coste, un público precisamente proclive a la cultura del souvenir barato y adocenado, no al descubrimiento de una oferta original.
Si Barcelona quiere seguir siendo un polo de atracción de visitantes y a la vez rehuir la masificación, si el objetivo es más la calidad que la cantidad, esta proliferación de negocios clónicos e impersonales, sin ningún factor diferencial o singular, no ayuda nada. Recomenzamos mal. En algún despacho municipal tendrían que haber saltado ya las alarmas. La apuesta por el público de congresos y ferias, por el turista cultural o gastronómico, o por acontecimientos como la Copa América, no cuadra con el resurgimiento como setas de los locales de souvenirs en el Gótico. Algo está fallando y hay que abordar el problema con decisión antes de que sea demasiado tarde. La compleja dependencia que tiene la ciudad del turismo pide una gestión ágil, inteligente y cuidadosa.