Ana Rivero: "En el Congreso ha habido secretismo con el acoso sexual"
Taquígrafa durante 50 años en la cámara baja
Madrid"Ánimos, Alberto. (Risas.―Aplausos)". Así consta en el Diario de Sesiones del Congreso uno de los momentos estrella de el último cara a cara entre el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo; y el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. Mientras ocurría, en una mesa en el centro del hemiciclo, dos mujeres tomaban notas a toda velocidad atentas a cualquier gesto o comentario pronunciado por los diputados. En medio de la acción, pero al mismo tiempo lejos del foco. "Somos los grandes desconocidos", constata Ana Rivero (Madrid, 1954), sobre el cuerpo de redactores taquígrafos y estenotipistas de las Corts Generals. Rivero ha formado parte durante 50 años y lo relata en el libro Luz y taquígrafa (Plaza & Janés).
Entró como taquígrafa en el Congreso cuando todavía vivía Franco y se ha jubilado durante la presidencia de Sánchez.
— Sí, he tenido la suerte de ver cómo ha cambiado España a través del parlamentarismo. He visto pasar a 17.500 oradores por delante de mí. Entré con unas Cortes franquistas cuando no eran diputados, sino procuradores. Luego pasó la Constitución, los Estatutos de Autonomía, dos reyes, siete presidentes, quince legislaturas, una pandemia...
En el libro habla con nostalgia de los debates que existían durante la Transición. ¿Ha empeorado el nivel de la clase política?
— Cada vez las legislaturas son peores. Aparte de los insultos, el lenguaje es más pobre. No tenemos un parlamentarismo de calidad, de profundidad.
Cuando hay expresiones muy subidas de tono la presidencia del Congreso pide retirarlas del Diario de Sesiones. ¿Hay que hacerlo cada vez más?
— Con Ana Pastor [presidenta de 2016 a 2019] fue el desastre. Y ahora en todos los plenos hay un mínimo de tres o cuatro retiradas de palabra. Es una locura. Pero realmente no se retira. Lo ponemos entre corchetes y en cursiva. A pie de página indicamos que se ha retirado. Es simbólico.
¿A qué diputados ha tenido que retirar más cosas?
— A Gabriel Rufián, a Vicente Martínez Pujalte, a Pablo Iglesias... Cuando dan la palabra a ciertos diputados, como ocurre con Cayetana Álvarez de Toledo, sabes que puede haber bronca. Y debes estar muy pendiente del ambiente. También apuntamos los gritos, las quejas.
¿Recuerda algún caso que haya sido especialmente difícil de transcribir?
— Hay diputados indescifrables. Juan Tardá era tela marinera. El problema no es cuando hablan deprisa sino cuando no terminan las frases, cambian de tema, pierden el hilo conductor y después debes dar forma a la transcripción. También costaba con Miguel Ángel Moratinos o Cristina Almeida.
Usted ha vivido el intento de golpe de estado del 23-F desde dentro. ¿Es el momento más tienes que recuerda?
— A mí me agarró a la puerta del hemiciclo. No me dejaban pasar. Estuvimos dos horas incomunicados en el despacho de los taquígrafos. Se coló un guardia que entró por un lavabo que nos conecta con el hemiciclo sin saber adónde iba. [Los golpistas] no tenían ni idea de quién éramos. Pero en ese momento yo estaba muy tranquila. Lo que viví con mucha tensión fue la comisión de investigación de los atentados del 11-M. Nosotros nunca hacemos gestos, ni siquiera si algún diputado dice algo gracioso. En la comparecencia de Pilar Manjón, que perdió a un hijo, me saltaron las lágrimas y tuve que bajar la cabeza. Nunca me olvidaré de ese momento.
Cuando usted entró en el Congreso no había prácticamente ninguna mujer. ¿Cómo lo vivió?
— Los primeros años fueron duros por ser un mundo de hombres. La primera mujer taquígrafa entró durante la Segunda República y tuvo que exiliarse. La siguiente entró en 1968 y lo pasó muy mal. Ahora el cuerpo se ha feminizado y esto ha hecho que el trabajo se haya racionalizado porque en un principio las condiciones laborales eran brutales.
Dedica un capítulo al acoso sexual. Dice que el caso Errejón ha abierto la caja de los truenos.
— Ahora que ya no estoy dentro lo puedo contar. Hasta ahora daba la impresión de que el Congreso es una institución angelical a la que no han afectado los problemas de la sociedad. Lo que ocurre es que nunca se ha destapado. Ha habido secretismo y oscurantismo.
Usted relata haber sufrido varios episodios en primera persona.
— El primero es de hace 40 años y el diputado ya está muerto. Y hace 24, una persona muy importante con la que tomaba un café una vez al mes. Un día quiso llevarme al Museo del Prado. Mientras mirábamos un cuadro de golpe me empujó contra la pared y empezó a tocarme ya darme besos. Le di una patada y salí corriendo. Ahora seguro que le habría denunciado. Pero tampoco soy ninguna heroína y aunque fuera funcionaria y que no me podían echar, me habrían podido hacer la vida imposible.
¿Qué futuro augura a su profesión ahora que existen herramientas de transcripción con IA?
— La inteligencia artificial es maravillosa, pero sin un ser humano no captas el ambiente, no sabes lo que está pasando. Le doy otros 200 años.