Un mercado vacío de políticos

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Una de las pescaderías del mercado de Galvany de Barcelona

BarcelonaLlegando al Mercado de Galvany –voy a ver si hay “ambiente” de primer día de elecciones– pienso que la ciudad de Barcelona se ha levantado gris, que hace frío, y que todo el mundo, pues, triste muy rápido. Un joven con gorro de béisbol y, encima, la capucha de la sudadera, arrastra una carretilla con cajas de porexpán, que deben llevar pescado. Algo más arriba del Panchito, que está cerrado, hay aparcada una furgoneta del establecimiento Avinova (“Aviram, foie, caza...”), justo tapando la tienda más preciosa de la calle: Electricidad F. Valls, fundada el 1814. Cien años después de una de las últimas derrotas.

Paso entre las paradas de fuera, donde vienen delantales, sartenes... y atravieso para llegarme a los puestos de comida. En este mercado hay mesitas donde se puede desayunar de tenedor o vermuts, con vino y cava a copas. No hay turistas. Pido un cortado en la barra de uno de los bares, para buscar conversación. Pero ocurre una cosa: antes, se sentaba cinco minutos en una barra y en esos cinco minutos hojeaba el periódico o hablaba con los demás clientes y con los camareros. Cuatro palabras sobre el tiempo, sobre el fútbol, ​​sobre los políticos. Pero hoy, con los móviles, en los bares se habla poquísimo. Todo el mundo tiene un whatsapp para contestar. En las tiendas, ocurre lo mismo. Pago y me acerco a una de las fruterías (madre mía, ¡ya hay melocotones!). Una mujer habla por teléfono: “¿Sabes lo que pasa? Que estoy muy angustiada. Necesito un día entre semana, como antes”, dice. Y se interrumpe por pedir, pero no cuelga. La vendedora aprovecha para pelar ajos tiernos en un barreño de plástico. “¡Buenos días!”, me dice. Y añade: “Los nísperos ya son muy buenos. Los albaricoques todavía no”. La rúcula, los canónigos, las hojas de lechuga variadas, por lo que veo, vienen de Navarra.

Voy hacia las pescaderías. “¡Hola!”, me saluda Albert Madir, de la pescadería Brunet, cuando me ve con la libreta y el bolígrafo. "¿Qué ha pasado con Pedro Sánchez?" Desde el puesto de más allá, una pescadera se une a la conversación: “¡Pedro Sánchez dice que está muy enamorado de su mujer! No que le quiera, ¿eh? ¡Que está enamorado!” Me acerco. Se llama Veri Gisela Jerezano. Tiene una pescadería, y frente a la suya, está la de su hombre, Abel Ramos, que sonriente dice: “No somos competencia. Trabajamos por nuestras hijas. ¡Somos una sola caja!” Y añade: “¿Quieres que te diga qué ocurre con las elecciones? A mí, que me engañen a los demás, mira. Y te digo una cosa: los demás no engañan. Pero que me engañen a los míos... Soy como Albert Pla, yo. Si digo lo que pienso me voy a la cárcel”. Albert se nos acerca y hace: “Aquí nos lo pasamos bien. Hay cachondeo! ¡Fíjate que aquel de allí –y señala otro pescadero– es de Vox! ¡No te escondas, no! Di qué votas”. Él me mira risueño: “No le hagas caso. ¡Que yo nunca he votado!”

Abel mueve la cabeza: "Yo... ¿Sabes qué pasa? Que fui a las manis con las niñas y... Fue el día más triste de mi vida, este de la proclamación de la República y la asustada de después. Fue tan triste. Ahora me voy a quedar. hoy aguanto". “Pero eso de Pedro Sánchez... –insiste Veri– ¿Qué? ¿Se retirará?” Me miro los dentulos, las gambas, qué preciosidad, qué ganas de comprarlo todo. Pienso que Pedro Sánchez ha contraprogramado el dejado inicio de elecciones.

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