Euforia socialista en Palau

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Salvador Illa saluda a los simpatizantes del PSC congregados en la plaza de Sant Jaume

BarcelonaHe estado pensando mucho rato si euforia era la palabra que mejor definía el estado de ánimo de este sábado en el Palau de la Generalitat. Y creo que se ajusta bastante. Hay que entender que el PSC hace solo siete años, en el 2017, estaba en el pozo, con solo 17 diputados, y dos años antes solo tenía 16, solo uno más que el PP ahora. Esto explica la presencia de militantes en la Plaça Sant Jaume gritando "¡Viva, viva, viva, Catalunya socialista!" a más de 30 grados de temperatura. Y también las sonrisas indisimuladas en el Pati dels Tarongers entre los que estos días esperan recibir una llamada para ser conseller, secretario, director general o jefe de gabinete. Alícia Romero y Esther Niubó aseguran que no saben nada y que Salvador Illa es una tumba. Horas después, Romero recibirá la llamada que esperaba, sin embargo.

Pero ya se sabe que los catalanes son de talante discreto, y por tanto quien exterioriza más la euforia es el ministro Félix Bolaños, madrileño de pro, que se pasea por el Palau de la Generalitat como un general después de ganar una batalla. La tesis de la Moncloa es que el Procés ha terminado y que el Salva president lo certifica. En cambio, María Jesús Montero pone cara de saber que el sapo que ha hecho posible la operación, el traspaso de la Agencia Tributaria, debe tragárselo ella. Y reconoce que no será fácil, pero, claro, ¿cuándo lo ha tenido fácil este gobierno español, fruto de mil y un equilibrios y alianzas?

A pesar de no querer darle protagonismo, el asunto Carles Puigdemont está presente en las conversaciones. La mayoría dice que no entiende la jugada, pero nadie cree que Junts ahora quiera romper la baraja y derribar el gobierno Sánchez. De hecho, en realidad hay cierto alivio por el hecho de que no esté en prisión. Todo será más fácil, piensan, si él sigue en el exilio. Un ministro se atreve a decir que, a malas, Sánchez podría volver a prorrogar presupuestos y no sucedería nada. Pero, vamos, este será el argumento de la próxima temporada. Ahora estamos en el capítulo final de la actual, en el que la estrella absoluta es un señor con fama de gris pero implacable, un profesional de la política con ADN PSC, es decir, con experiencia como alcalde, como cargo de gobierno y con un conocimiento exhaustivo de su partido.

Salvador Illa saluda y suda a partes iguales. Los años de alcalde le han dado esa capacidad de poner buena cara a todo el mundo, pero no acaba de soltarse en ningún momento. Parece como si el peso de la historia y del cargo ya empezaran a surtir efecto.

Montero y Pujol

Oriol Pujol ejerce de invitado inesperado en la fiesta acompañando a su padre. Tiene más canas, pero no ha cambiado nada. Coge por el brazo con fuerza a Ernest Urtasun, en un gesto suyo característico, y estoy tentado de preguntarle al ministro si le ha dejado marca. María Jesús Montero, médico, le comenta a Pujol padre que lo ve mejor que en las fotografías. En cambio, con Artur Mas, que pone cara de pocos amigos, no consta que haya contacto.

En un momento determinado, la líder de los comuns, Jéssica Albiach, se despide de los periodistas diciendo que se va de vacaciones. Pone cara de alivio. Sabe que ha salvado la jugada de forzar el adelanto electoral por el canto de un duro, ya que unos pocos miles de votos dieron a un diputado al PSC en Lleida que podría haber sido de Junts, y entonces el tripartito ya no habría sumado. Juraría que la próxima vez se lo pensará más antes de arriesgar tanto. Pero al final ella, que no estará en el Govern, puede irse de vacaciones. La mayoría de los presentes, que aguardan la llamada, saben que no podrán.

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