BarcelonaEl exilio de Carles Puigdemont empezó hace siete años saliendo en coche desde su casa a Girona y sorteando la vigilancia policial que había sobre él, pese a que todavía no tenía ninguna orden de detención en contra. Unas semanas antes ya había sobresalido en el juego del gato y el ratón cambiando de vehículo bajo un puente para despistar a un helicóptero policial que lo seguía mientras iba a votar en el referéndum del 1-O. Durante todo este tiempo, la estrategia política del ex president ha tenido que tener en cuenta la persecución judicial y policial para evitar sustos que lo dejaran fuera de juego antes de tiempo. Por eso, esa detención en Alemania en marzo del 2018, el preludio de unas semanas de cárcel que hicieron que el juez instructor del Procés, Pablo Llarena, soñara con que el juego había terminado, fue uno de los momentos más delicados del exilio. Hoy, una vez que Puigdemont se ha dejado ver en Barcelona, ha demostrado que aún tiene ganas de una última partida: ahora, además de Llarena, con los Mossos d'Esquadra como contrincantes.
Todo el mundo ha podido comprobar que Puigdemont está en la capital catalana. Pocos minutos antes de las 9 de la mañana ha llegado al escenario situado en el Arc de Triomf sin ser detenido, ha subido, se ha dirigido a los catalanes y pocos minutos después ha desaparecido entre los miles de personas que coreaban su nombre. El líder de Junts es consciente de que, si continúa en Catalunya, con toda seguridad acabará siendo detenido, pero busca el momento óptimo para sacarle la máxima rentabilidad política. Él ha denunciado en el escenario que España no está aplicando la ley de amnistía -de la que debería beneficiarse- y ha ofrecido una frase premonitoria a sus seguidores, que ha hecho presagiar que asumía que sería detenido poco después: "Cuando nos volvamos a ver..."
No se lo ha vuelto a ver en público desde entonces. Hubo correderas de los agentes de los Mossos que seguían su intervención en el Arc de Triomf y preocupación entre los mandos, que activaron el dispositivo Jaula poco después, una vez que tuvieron que reconocer que le habían perdido la pista. Hasta el Parlament han llegado los miles de manifestantes que estaban en el Arc de Triomf (3.500 según la Guardia Urbana), pero los Mossos seguían preguntándose a través de sus intercomunicadores dónde se había metido Puigdemont. "Buscan al presidente Puigdemont al igual que la Guardia Civil y la Policía Nacional a las puertas del 1-O buscando las urnas", ha ironizado Albert Batet (Junts) cuando le ha llegado el turno de hablar en el debate de investidura de Salvador Illa.
El mensaje que quiere transmitir la cúpula del cuerpo es de tranquilidad, asegurando que tienen controlados los vehículos a los que Puigdemont pudo subir después de su discurso. La imagen de los Mossos será la más perjudicada por todo ello. Ahora ya hay agentes revisando maleteros en La Jonquera. Y no porque haya manifestantes que les reclamen que desobedezcan las órdenes judiciales de detención, sino porque se habrá puesto de manifiesto que, después de siete años jugando al gato y el ratón con la justicia española por Europa (la inmunidad parlamentaria le permitió tomarse un descanso, pese a la detención en Cerdeña), Puigdemont también es capaz de hacerlo en territorio español.
En estos momentos hay dos preguntas que hay que hacerse. La primera: ¿dónde está Carles Puigdemont? Y la segunda: ¿cuál es su destino final? Si consigue llegar a un Parlament blindado en todas las puertas de acceso, habrá ganado su último juego del gato y el ratón antes de empezar una inevitable nueva etapa: este jueves o quizás dentro de unos días, si el pleno se acaba aplazando, Salvador Illa será el nuevo president de la Generalitat aunque Puigdemont haga pasar a los Mossos y Llarena por incompetentes una última vez. ¿Y si ha decidido volver al exilio? Entonces tendrá que ser él quien explique el porqué del nuevo cambio de opinión.