Perro Sanxe, Feijóo vinagre y frutas Ayuso

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Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en la reunión de este viernes en el Congreso

MadridEstamos teóricamente tan preocupados por la polarización y la crispación que no nos damos cuenta de otro mal de la política española que le está convirtiendo en un producto infantiloide. Me refiero a la frivolidad del lenguaje y del comportamiento político. Algunas cosas tienen gracia, como el apelativo de Perro Sanxe, sobre todo si recordamos las imágenes de ese perro que el pasado verano no quería apartarse de la fuente en la que se refrescaba y volvía a subir escapándose de su propietaria más de una vez, en plena plaza pública, con todo el mundo atento al evento. Pero una cosa es el acierto de una expresión originalmente pensada como un insulto que se da la vuelta para que acabe siendo parecido a un elogio y otra que el debate político acabe girando en torno a juegos de palabras, o de clichés propios de uno de aquellos monólogos del actor mexicano Mario Moreno, llamado Cantinflas.

En los últimos tiempos, junto a Perro Sanxe han aparecido otras caricaturas de personajes reales de la vida política, en paralelo a construcciones verbales para sacar hierro a expresiones gruesas, insultantes. Un ejemplo del primero es la descripción que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez –ahora sí que le llamamos por su verdadero nombre–, aplicó al líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. Lo primero que le dijo Sánchez a Feijóo en el reciente debate sobre la presidencia española de la Unión Europea fue que vivía instalado en la pataleta, víctima de una “pataleta” desde la noche electoral del pasado 23 de julio, cuando viendo los resultados supo que no podría conseguir la presidencia del gobierno. Comparar la conducta del líder del PP con la tozudez de un niño malcriado tiene un propósito evidentemente peyorativo. Pero lo interesante no es eso, sino a qué responde que el presidente del gobierno se permita esta tomadura de pelo del líder del PP.

El estado de ánimo de Sánchez

Para descifrar este pequeño misterio os traigo al acto de la celebración de Navidad en la Moncloa, la pequeña recepción anual en los medios de comunicación. Uno de los estrechos colaboradores de Sánchez, preguntado sobre cuál era su parecer sobre el estado de ánimo del presidente, decía que estaba sencillamente "contento". Este asesor elaboró la teoría de que sería peligroso que el presidente del gobierno estuviera eufórico. Pero añadió que el país debía permanecer tranquilo, porque Sánchez, pese a su investidura por seguir siendo presidente, no ha caído en la euforia, sino que simplemente está contento.

Seguramente es esa satisfacción lo que permitió a Sánchez decirle a Feijóo en el mencionado debate que aparte de estar frustrado y encaparrado por no haber podido llegar a la Moncloa, su carácter y su imagen habían pasado desde que llegó a Madrid de un perfil moderado a un temperamento "avinagrado". Qué confianzas. Nada más poner un pie en el Senado –el primer destino parlamentario de Feijóo–, el líder socialista ya le dijo que exhibía una ignorancia que no podía ser más que el resultado de “la ignorancia o la mala fe”. Y aparte también quiso revelarle que acababa de ponerse al frente “de un partido de mangantes”.

El intento de reducir la figura de Feijóo a la de un dirigente malcarado y rabioso por no haber podido conseguir el poder, a pesar de haber sido su partido el más votado el 23 de julio, difícilmente podía desembocar en una aceptación inmediata de la invitación a dialogar, hecha prácticamente en coincidencia temporal con el debate en el que le dejó como un paño sucio. Pero el encuentro tuvo lugar finalmente en un salón del Congreso, y en dos sillas de esas que hacen que los interlocutores no se hablen de frente, sino de lado, arriesgándose a sufrir tortícolis y un agarrotamiento muscular múltiple si no giraron las sillas cuando se marcharon las cámaras. Realmente, los dos asientos mirando hacia delante, colocados casi como líneas paralelas, evocaban la disposición de los encuentros de dirigentes internacionales preocupados sobre todo por la foto. Recuerde, por ejemplo, al propio Joe Biden o su homólogo chino, Xi Jinping, cuando reciben invitados.

La negativa de Feijóo a ir a la Moncloa

Pero más allá de la posición de las sillas y su naturalidad, a la que quiero ir a parar es a la inmadurez del debate sobre el lugar en el que debía producirse el encuentro entre Sánchez y Feijóo. Qué tontería, esta historia de no querer ir a la Moncloa a ver al presidente del gobierno. Ya sé, ya sé, me diréis que la política tiene sus simbolismos y su liturgia, y que aceptar la visita a la sede de la presidencia del gobierno implica reconocer que el ocupante se ha instalado legítimamente. Pero ¿que no es así? ¿Que no le ha investido el Congreso? Pues si es así, la resistencia a poner un pie en la Moncloa para no halagar a su beneficiario transitorio constituye otra de las últimas frivolidades. Contraproducente, además, porque ponerse en las escaleras de la Moncloa como líder de la oposición es un primer paso para volver como ocupante titular.

Ahora bien, la cadena de tonterías, despropósitos y frivolidades no se termina aquí. Que la parte más jugosa de la cena de Navidad del PP de Madrid consistiera en ver cómo la presidenta de la comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, entregaba cestas de fruta a varios militantes del PP, en presencia de un Feijóo con cara de circunstancias, revela la altura del momento en que vive la política española. Ya sabéis que la expresión “me gusta la fruta” equivale a decirle “hijo de pu…” al presidente del gobierno desde la tribuna de invitados del Congreso, como hizo Ayuso. Que esta bromita contribuya a definir todo un liderazgo es un hecho que debería deprimir a los sociólogos. Pero he aquí que en la Moncloa están convencidos de que Feijóo está prisionero de una supuesta tenaza que le hacen entre Aznar y Ayuso.

Con todos estos antecedentes, el encuentro entre Sánchez y Feijóo también debía dar materia para el espectáculo. Y lo ha hecho. La idea de poner un mediador internacional para negociar la renovación del Consejo del Poder Judicial es de traca. Y el argumento de que no queremos ser menos que los líderes independentistas –porque si ellos no se fían del gobierno, nosotros tampoco– es un chiste de la escuela de Miguel Gila. Llegados a este punto les confieso que ya no sé si nos están hablando de verdad o sencillamente nos han preparado un entretenido prólogo de Navidad. Que disfruten bastante de todo.

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