La gobernabilidad del Estado

El pulso Sánchez-Feijóo, con Trump al fondo

Pedro Sánchez escuchando a Alberto Núñez Feijóo durante la sesión de control en el Congreso de esta semana
18/10/2025
4 min

MadridEste último trimestre del año seguirá girando en torno al debate sobre la corrupción, en función de unas investigaciones policiales y judiciales lentísimas, que mantendrán a socialistas y populares en lucha permanente. Es curioso cómo esta característica de la vida política influye en los hábitos de consumo de los medios de comunicación, en especial de las tertulias. Hay gente que no quiere ni verlas, que cambia de canal si se topa de cara con un programa de este tipo. Pero paralelamente los estudios sobre audiencias nos explican que existe un público muy aficionado a este tipo de espacios, personas que a veces acaban siendo víctimas de auténticos episodios de adicción. Los mismos análisis nos informan de que, en general, el espectador no busca un examen ecuánime de los hechos, sino que le den la razón, es decir, el placer de identificarse con las intervenciones que ratifican sus propias convicciones. La conclusión del último trabajo que he leído sobre el seguimiento de programas de debate político protagonizados por periodistas y politólogos consistía en que el público no pide ni espera que los participantes les aporten su visión como informadores de los problemas analizados, sino que les proporcionen directamente doctrina con la que defender sus propias ideas, es decir, reforzar lo que mejor.

Después podremos quejarnos de la polarización del debate político, pero no hay duda de que por esta vía le estamos reforzando. Alguien dijo hace tiempo que el modelo de democracia parlamentaria ha derivado hacia otro de democracia televisiva. De hecho, los programas televisivos de actualidad compiten por cada segundo de atención al público. Es muy habitual que en los equipos de producción existan profesionales dedicados al seguimiento de lo que hacen las demás cadenas, y que se hagan rápidamente giros de guión si alguna de la competencia está consiguiendo más audiencia con un determinado tema. Si esto ocurre, lo que puede suceder es que se hagan cortes radicales para seguir el rastro de quien está captando más espectadores, procurando mantener siempre una discusión intensa entre los dos lados de la mesa. Por esa vía, el análisis de actualidad corre el riesgo de convertirse en una repetición a escala de la confrontación parlamentaria. Los partidos, por su parte, intentan fomentarlo distribuyendo sus propios documentos y argumentarios, para seguir alimentando la mencionada demanda de doctrina.

El fenómeno Trump

El principal protagonista de este período de la vida internacional, el presidente estadounidense, Donald Trump, debe buena parte de su éxito electoral a este tipo de organización de su actividad y sus mensajes durante la anterior legislatura y la preparación de los comicios. Ideas sencillas, auténticas proclamas, material de consumo para facilitar la confrontación y caracterización de sus rivales para deteriorar su credibilidad. Y ahora lo sigue haciendo. Ha logrado acaparar la atención desde que asumió la presidencia, el pasado 20 de enero. Un famoso columnista de The New York Times en los años 70 y 80, James Reston, definió la democracia como "la teoría de que la gente corriente, ordinaria, puede hacer cosas extraordinarias". Los asesores de Trump lo simplificaron aún más, desnaturalizando y adelgazando la idea, para dejarlo en el célebre "America first", mucho más efectivo por su simplicidad. La diferencia obvia entre ambos postulados es que para Reston la democracia era una tarea colectiva, y para Trump es individual, reservada únicamente al líder.

Constatamos, por tanto, que las esperanzas y el optimismo de los años 80 sobre lo que aportarían las nuevas tecnologías –para suponer más transparencia, mejor control y mayor velocidad en la circulación de la información– no nos ha conducido exactamente al modelo de democracia estable y madura que quizá imaginábamos. Lo que predomina es la pura simplificación de los mensajes, la dictadura de los eslóganes. Una dinámica que se proyecta sobre todo tipo de cuestiones y debates. Lo importante no es definir cómo debería ser una política de defensa europea, sino si el gasto en este capítulo debe llegar al 5% del PIB de los países de la OTAN, sin entrar en ningún detalle ni concreción sobre el esfuerzo que esto significa, ni por qué debe ser ese porcentaje. Si los físicos del pasado pedían una palanca para dominar el mundo, ahora los políticos piden menos: puede bastar una palabra, o un mantra, para mover montañas. Si aplicamos este contexto a la vida española, podemos comprobar que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo aparecen contaminados por la pandemia del eslogan y la frase hecha, para alimentar lo que definimos como "la conversación pública", que ya hemos dicho que muchas veces funciona con automatismos de planta embotelladora.

¿Puntos de coincidencia?

Los resultados de esa dinámica los vimos en la última sesión del Congreso sobre control del gobierno. Para Feijóo, Sánchez es "un pencas" (uno jeta), rodeado de corrupción y de dinero de prostíbulo. Se trata de que la gente asuma rápidamente esa asociación de ideas. Para Sánchez, en cambio, Feijóo representa "la nada" (el nada). También aquí se trata de denigrar al rival, en este caso identificando al líder de la oposición como alguien superado, al que le viene mayor el vestido. A ninguno de los dos me los imagino con una gorra roja como la de Trump, ni teñidos de rubio, pero sería de agradecer que supieran elevar el nivel de sus estrategias por lo que quede de legislatura.

Seguro que debe haber algún espacio para la coincidencia. Por ejemplo –ya que hemos tomado al presidente estadounidense como referencia de todo–, para definir los objetivos y medios de la política de defensa española en respuesta a las amenazas y tonterías de Trump. A Estados Unidos no les conviene ni en broma una España fuera de la OTAN. Como dice la ministra de Defensa, Margarita Robles, nadie puede asegurar dónde estaremos en el 2035. Los americanos –afirma Robles– "hablan del periodo comprendido entre 2030 y 2035, y yo hablo del 2025", en el que España ha cumplido los compromisos asumidos en el 2014, con un incremento de 10. Y ahora vamos a comprar material americano para ayudar a Ucrania. Este esfuerzo es la prioridad. Contarlo así y cerrar filas sería la mejor manera en que Sánchez y Feijóo deberían situarse ante el fenómeno Trump.

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