¿Qué significa ser independentista después del Proceso?

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El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, y su predecesor, Pere Aragonès.

BarcelonaLa política catalana siempre se ha regido por dos ejes: el ideológico –entendido como el eje izquierda-derecha– y el nacional, es decir, la relación entre Cataluña y el resto del Estado. A lo largo de la última década ha sido el segundo eje el que ha dominado el debate político. En la época del Proceso, era la organización territorial la que estructuraba los posicionamientos de los partidos o, al menos, lo que predominaba en el diálogo público. Con la pérdida de la mayoría independentista en el Parlament y la rotura de los bloques con el pacto entre el PSC y Esquerra por la investidura de Salvador Illa, parecía que eso debía diluirse, pero de momento lo que está marcando el arranque de la legislatura –y también la política española, como se ha demostrado en el comité federal del PSOE– es la financiación singular.

Ahora bien, ¿con qué se traduce ahora el eje nacional? ¿Qué significa ser independentista después del Proceso? Evidentemente, significa tener la independencia como objetivo, pero ahora que ya ninguno de los actores la plantea como algo inmediato, todos vuelven a la gestión del mientras tanto. Está por definir qué significará esto, ya que Junts, ERC y la CUP tienen congresos este otoño, pero de entrada divergen, y mucho, en cómo situar el independentismo en esta nueva etapa. La prueba más visible es la división frente al pacto con el PSC: Esquerra la ha hecho presidente con la bandera del soberanismo; Junts y la CUP han enmendado la totalidad del acuerdo y tachan al nuevo gobierno de “españolista”, mientras que al otro lado el PP y Vox acusan al gobierno del PSC de mantener la apuesta secesionista.

El efecto de 2017

La dificultad de identificar con la que se traduce la política independentista es una de las consecuencias del Proceso. Antes de ese período, los partidos nacionalistas lo eran en función del grado de autogobierno que reclamaban. Un autogobierno que se lograba a través del pacto con el Estado. El pez en el cuerno de Pujol o el Estatut de Maragall. Pero a partir de 2012, los partidos se clasificaban en el eje nacional en relación a su participación o no en el 9-N, después en el 1-O y finalmente en su apoyo a la DUI. Cualquier pacto de más autogobierno en el marco del Estado era tildado por los propios independentistas como un paso atrás. Tras el fracaso de la vía unilateral, este paradigma ha quedado superado, pero no está claro cuál es el nueve.

ERC –a pesar de la división de la militancia– defiende que su pacto con el PSC ayuda a los objetivos del soberanismo porque ha acordado dotar a la Generalitat de más autogobierno con la nueva financiación, mientras que Junts considera que el independentismo se debe centrar en hacer oposición al ejecutivo del PSC. Y, a su vez, los socialistas defienden ante los críticos del PSOE que la financiación singular es la forma de consolidar su victoria y resolver el problema territorial. El dilema no es nuevo en el seno de los conflictos territoriales: el encaje de las demandas soberanistas, como puede ser una mejor financiación, ¿refuerza a quienes quieren la separación o la unión? El tiempo dirá lo que ocurre en Catalunya.

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