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Trapero, un policía convertido en un icono incómodo

El mayor de los Mossos no se ha casado nunca con ningún ideal ni liderazgo político, y esto le ha generado recelos en todos lados

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La cabeza de los Mossos, el mayor Josep Lluís Trapero, en su discurso en el acto nacional del Día de las Escuadras.

BarcelonaSi hay una máxima que define la carrera profesional de Josep Lluís Trapero como policía es la de la obsesión por el cumplimiento de la ley. El mayor de los Mossos nunca se ha casado con otras ideas ni liderazgos políticos que no fueran la defensa de la ley y del cuerpo, y esto lo ha convertido en un icono incómodo tanto para los que en algún momento lo presentaron como un héroe como para los que quisieron ver en él un enemigo.

Nació en 1965 en Badalona y se crio en un barrio obrero de Santa Coloma de Gramenet. Empezó a estudiar biología en la universidad, a pesar de que dejó la carrera para presentarse a unas oposiciones de auxiliar administrativo en la Generalitat, que ganó. Cuando hacía un par de años que trabajaba de administrativo y veía que no tenía vocación para ese trabajo, cogió por sorpresa a su familia anunciándoles que optaría a ser mosso. Descubrió la profesión y tuvo claro que no la dejaría. Desde los 23 años es mosso.

Trapero no tenía ningún padrino en el cuerpo. Escaló desde abajo, ganándose los galones, y también se licenció en derecho. Entró en la Escuela de Policía de Catalunya en 1989 y pasó por varios destinos antes de convertirse en comisario jefe en 2013. En Girona ya trabajó en el área de investigación criminal, donde decidió especializarse hasta ocupar los cargos más altos de la Comisaría General de Investigació Criminal. La designación como comisario jefe le llegó antes de lo que se esperaba, con 47 años, de la mano del conseller Ramon Espadaler. Por delante suyo había otros mandos que habían ascendido antes que él, y esto hizo que se ganara algunos recelos.

Fuera del cuerpo también los generó. Trapero quería posicionar a los Mossos como policía judicial, un papel que en Catalunya siempre había tenido la Guardia Civil. La competencia entre cuerpos puso a los Mossos y al propio Trapero en el punto de mira de algunas investigaciones judiciales, como por ejemplo el caso Macedonia, la supuesta trama de connivencia entre policías y narcotraficantes, si bien nunca llegó a ser investigado.

Es en este caso cuando se rompió la relación con el que acabaría siendo el cerebro de la investigación del Procés, que llevó a Trapero al banquillo de los acusados: el teniente coronel Daniel Baena, jefe de la policía judicial de la Guardia Civil.

De mayor a héroe

En abril de 2017 el president Carles Puigdemont designó a Trapero como mayor, un cargo que había estado vacante durante una década. Pero lo que lo convirtió en un héroe a ojos de la ciudadanía fue la gestión de los atentados de Barcelona y Cambrils en agosto de 2017. Su serenidad, rigor y contundencia al frente del operativo policial y ante el foco mediático hicieron que incluso se hiciese viral con aquella frase espontánea de una rueda de prensa: "Bueno, pues muy bien, pues adiós".

Sin tiempo para digerir el 17-A, Trapero ya estaba gestionando la respuesta policial al 1-O, que lo convirtió todavía más en icono para algunos sectores y en un traidor para otros. El mayor tenía claro que los Mossos, como policía judicial, tenían que hacer cumplir la ley, pero con proporcionalidad. Baena lo había puesto en el punto de mira por el dispositivo del 20-S y construyó el relato de la "pasividad" y la rebelión a raíz del 1-O. Pero la Audiencia Nacional absolvió a Trapero, que fue apartado con el 155 y estuvo tres años a la sombra.

Después de la absolución, el conseller Miquel Sàmper lo restituyó y el mayor pudo volver al frente de los Mossos, y también recuperó su vida. Hace dos meses, en el Dia de les Esquadres, explicó que este verano había podido volver al pueblo de sus padres, un municipio de Valladolid, con su hija Maria, como hacía de pequeño: “Los últimos años he pensado mucho en el río. En algún momento pensé que nunca más lo volvería a ver”.

Pero los recelos que había despertado Trapero, sobre todo con su plan para detener al president Carles Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junqueras, han ido a más por las polémicas que ha tenido que afrontar desde su regreso a la primera línea del cuerpo, y al final lo han convertido en una figura incómoda para todo el mundo.

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