MadridLa noche del 23-J, en plena conmoción por el resultado electoral, Alberto Núñez Feijóo tomó la decisión de no conceder la derrota y anunció, ante las personas congregadas frente a la sede del PP en Génova, que, como candidato más votado, abriría el diálogo con el resto de partidos para obtener la investidura. "Es lo que ha pasado siempre", citó como fuente de autoridad tras repasar el nombre de todos los presidentes del gobierno. Pero los números no daban. Y el público, consciente de que estaba ante una escenificación política condenada al fracaso, lo saboteó interrumpiendo su discurso al grito de "¡Ayuso!, ¡Ayuso!", mientras la presidenta madrileña ponía cara de póker. Todo el mundo interpretó que aquello era una huida hacia adelante de Feijóo para tapar su fracaso, ganar tiempo y consolidarse como líder del PP. Pero no.
Lo que pasó entonces es que el juego se le fue de las manos, y ahora hemos sabido que en algún momento se le pasó por la cabeza negociar de forma seria con Junts poniendo los indultos encima de la mesa. No fue solo un café o un intercambio de impresiones, como intentan simular. Escucharon propuestas, y las respondieron. El líder gallego estaba tan convencido de que por justicia histórica le tocaba gobernar que no previó que abriendo la puerta a dialogar con la formación de Carles Puigdemont estaba cavando su propia tumba. Su error fue querer ser presidente a toda costa con una aritmética imposible (con Vox por un lado, y PNV y Junts por otro). Y frente al no rotundo de los peneuvistas, quiso comprobar si en la piscina de Junts había agua, y cayó en la trampa de Puigdemont. El ex president ha buscado durante todos estos años ser reconocido como interlocutor, y de repente se encontraba con que PSOE y PP llamaban a su puerta. ¡Bingo! Mejor imposible. Dejándose querere y administrando los silencios, dejó que el PP fuera entrando poco a poco dentro de la trampa, y los populares, sedientos de poder y pensándose que había vuelto la CiU de toda la vida, no vieron que los llevaban mansamente hacia el matadero.
Después, una vez constatada la imposibilidad de una operación que Vox no hubiera permitido nunca, en Génova construyeron el discurso del "no soy presidente porque no he querido", es decir, intentaba hacer creer a la ciudadanía que si hubiera dado el ok a la amnistía, Junts le habría hecho presidente, como ocurrió con Sánchez después. Pero ese discurso era falso. Si Feijóo se hubiera comprometido con la amnistía, Vox le habría retirado su apoyo y, por tanto, no habría tenido los votos. Se lo recordó desde la tribuna del Congreso Aitor Esteban: "Si usted quiere sumar los votos del PNV, antes debe restar los de Vox". Especialmente cruel con Feijóo fue Pedro Sánchez durante el debate de investidura, en el que se rió en su cara.
El PSOE ya tenía la munición perfecta para contrarrestar los ataques del PP: los populares no podían criticar su acuerdo con Puigdemont porque ellos también lo habían intentado, pero a unos sí que les daban los números (a Sánchez) y a los otros no (Feijóo).
El presidente popular, pues, engañó a sus propios votantes dos veces. Primero haciéndoles creer que podía ser presidente. Y después convenciéndolos de que no lo era porque no había querido ceder ante los independentistas. Ambas cosas eran mentira, pero por alguna extraña razón han colado entre los suyos y nadie de nivel, ni político ni opinador, se lo ha reprochado. La excusa era que, ante el escándalo de la amnistía que estaba negociando Sánchez con los independentistas, había que cerrar filas con él y perdonarle todas esas extrañas maniobras. Y a ver si con un poco de suerte la legislatura embarrancaba y se volvía a las urnas.
Pero, mira por dónde, había una tercera mentira que ahora ha aflorado gracias a su "desliz", como lo calificó El Mundo, ante los periodistas. No podía ser presidente, es falso que no lo sea porque no quiso y, además, no piensa nada de lo que ha estado defendiendo públicamente en estos meses, ni respecto a los indultos, ni respecto a la amnistía (que valoró durante 24 horas y rechazó por una cuestión legal y no de principio), ni respecto a si hubo terrorismo durante el Procés. Y en política, cuando toda la estrategia se hace pivotar sobre mentiras, tarde o temprano te explota en la cara. Y en Madrid ya se les ha terminado la paciencia con Feijóo.